Estrenos de la midseason (II): BOB’S BURGERS
FAMILIA Y TRABAJO, JUNTOS Y REVUELTOS
La Fox posee el monopolio indiscutible de la series de animación en los canales generalistas, por no decir una absoluta exclusividad. Un hecho del que parecen no ser conscientes, o no querer serlos, al insistir año tras año en apiñar toda su artillería animada en el prime time de los domingos, cuando alguno de sus consolidados formatos podría servir para competir seriamente en cualquier otro día de la semana, de audiencias mucho más volátiles e inestables que la más que asentada noche dominical. Esta nueva serie nació en la midseason, tal como han hecho los mayores hitos de la animación seriada en la cadena de Rupert Murdoch, con el fin de terminar de llenar el hueco dejado por El rey de la colina, una veterana caída la temporada pasada tras trece temporadas emitidas, en parte para dejar paso a El show de Cleveland, savia “nueva” ya afianzada en su segunda hornada. Un propósito por el que en su momento se programó la malograda Sit down, shut up, que tampoco sobrevivió a la afilada guadaña canceladora del canal del zorro.
Lo cierto es que resulta difícil medir la originalidad de esta propuesta. Se presenta más difícil de lo habitual compararla a cualquiera de las series de animación adulta contemporánea (no sólo las de la Fox), tanto en tono y estilo, lo que es necesariamente positivo (o negativo). De primeras, parece alejada del magistral sarcasmo crítico y la complicidad referencial de Los Simpson o Futurama, pero tampoco se asoma al absurdo, tanto de los pequeños momentos como del marco general, que caracteriza a la criaturas de Seth McFarlane. Y desde luego, sus referentes no se encuentran en formatos de culto, como el microcosmos surrealista Los Oblong, el festín paródico de la factoría Adult Swim, ni mucho menos las gamberradas de nivel esperpéntico de la talla de Kevin Spencer, Beavis & Butt-Head o la inefable South Park. Eso sí, se podrían identificar en ella rasgos de comedia negra blue-collar, familias obreras disfuncionales de carne y hueso (a lo Greg Garcia), aunque su pasada de rosca, si bien no excesiva, es la justa para no encajar en una sitcom de ese tipo.
En sus primeras entregas, los Belcher y su mugrienta hamburguesería no parecían encontrar un rumbo. Su casa, justamente conocida por programar dando palos de ciego, no ayudaba demasiado, con un parón de dos semanas tras el tercer episodio. Pero la serie ha encontrado por fin su tono ideal entre tanto batiburrillo de disfuncionalidad, desasosiego doméstico y mala leche. Han aprovechado su mejor virtud innata, la combinación de los dos tipos de sitcom más reconocibles, la familiar y la laboral. Y en la manera de dar cancha al segundo, han descubierto una fórmula eficaz: convertir cada semana la hamburguesería y/o la casa, en una cuelgue diferente cada vez, de la manera más improvisada y alocada: desde un escalofriante B&B (en el peor sentido) hasta un café teatro de serie Z para abajo. El “disfraz” de turno da paso a las situaciones más hilarantes e imprevisibles.
En definitiva, su humor se basa más en la narrativa que en el gag, algo que se agradece en una era en la que parece mandar con mano de hierro el showstopper repentino y disparatado sobre los guiones calculados, con sorpresas y giros que redundan en lo cómico. Como guinda, su fórmula humorística-episódica queda bien patente en una cabecera sencilla pero eficiente cabecera, en la que ejemplifican, simultáneamente en el mismo plano, el bucle autoconclusivo (las continuas reaperturas del negocio) y la variación singular (el edificio de la derecha, con un negocio diferente cada vez, y cada cual más extravagante). Seguramente la mejor apertura de su género desde Los Simpson.
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