DE MAESTROS Y DISCÍPULOS - 'EL NIÑO Y LA BESTIA', de Mamoru Hosoda

El niño y la bestia (2015) de Mamoru HosodaEL NIÑO Y LA BESTIA – Bakemono no ko (2015) de Mamoru Hosoda

El buen maestro es aquel que te señala dónde mirar pero no te dice lo que ver. La frase no es mía, es de Aristóteles. O de Paulo Coelho. O vete a saber. El caso es que la enseñanza no consiste en soltar la perorata y adiós muy buenas, del mismo modo que el aprendizaje no debe limitarse a memorizar textualmente la lección. En el cine, las historias de maestros y discípulos se han narrado hasta la saciedad, con desigual fortuna y consecuencias de lo más variopintas. El club de los poetas muertos ha dejado miles de carpe diem tatuados en brazos de adolescentes. Karate kid ha dado la excusa perfecta a los padres para poner a sus hijos a encerar el coche con el pretexto de estar enseñándoles artes marciales. Y Star Wars tiene al hombrecillo verde que dice que lo hagas o no lo hagas pero no lo intentes, así que muchos no lo intentamos, porque pa' qué.

El niño y la bestia (2015) de Mamoru HosodaEl discípulo suele ser, a menudo, un huérfano (ya sea literalmente o en sentido figurado porque se siente traicionados o incomprendido por sus progenitores) y, de este modo, el maestro se convierte en la figura paterna que hace las veces de guía y mentor. Los protagonistas de El niño y la bestia se atienen a esta fórmula como ya lo hicieran Miyagi y Daniel LaRusso, Yoda y Luke, Robin Williams y un puñado de jóvenes ricos con problemas del primer mundo, etc. El niño de la película ha perdido a su madre en un accidente y vaga por la gran ciudad en soledad. Por su parte, la bestia anhela convertirse en el líder de su clan pero carece de la disciplina, la educación o el autocontrol necesarios. Juntos, niño y bestia, encontrarán un propósito a sus vidas y lucharán por él del único modo posible: juntos.

El niño y la bestia (2015) de Mamoru HosodaNada nuevo bajo el sol, ¿no? La impredecibilidad no es el punto fuerte de esta película, pero está sobradamente suplido por otras cualidades. En el apartado técnico, la animación de El niño y la bestia es impecable, exquisita: desde los ambientes urbanos del Tokio nocturno hasta ese mundo habitado por bestias donde la magia se dispara. Todo está diseñado para proyectar la ilusión de dos mundos paralelos que se replican -bestias civilizadas, humanos bestiales- e inevitablemente han de fusionarse en cierto punto del relato. Los fans de Miyazaki se sentirán decepcionados por dos motivos: primero, porque Mamoru Hosoda es un discípulo rebelde, de los que aprenden del maestro para después hacer las maletas y emprender su propio camino; y segundo, porque se darán cuenta de que no todo son Mononokes ni Totoros en la animación japonesa, que otras voces son posibles. Además, El niño y la bestia posee un humor del que a menudo -no siempre- carecen las películas de Miyazaki y que tan eficaz resulta para humanizar los universos fantásticos.

Hosoda no logró alzarse con la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, donde compitió en la Sección Oficial. En cambio, ganó una película islandesa de la que ya casi nadie se acuerda. Porque qué guays son las pelis de dibus, pero si no vienen firmadas por estudios como Pixar o Ghibli no pueden ser tomadas en serio, ni mucho menos, ¡por el amor de Walt Disney!, ser galardonadas en festivales hechos y derechos. Dejad que los premios se los lleven las personas de carne y hueso, pero no olvidéis seguir alimentando a vuestro niño interior con bestias de otros mundos.

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