CINEUROPA 2009: ELEVATOR (2008) de George Dorobantu
Está claro que cuando se tiene una buena idea, un planteamiento claro, y además, se tiene la maña de lograr un pulso narrativo hábil y tenso, 200 € son suficientes para la producción y realización de una película.
Así lo ha demostrado el, para más inri, debutante George Dorobantu, que por otro lado, explota con gran ingenio las características y posibilidades de la cámara, logrando efectos que parecen salidos de una sala de edición y composición digital.
Logros visuales aparte, el cineasta construye una intensa y desgarradora disección de las más profundas miserias humanas a través de una dialéctica del desgaste y la desesperación. La trama, una pareja de adolescentes que se queda encerrada en un ascensor de una vieja nave industrial abandonada con la intención inicial de realizar el acto sexual. ¿Ayuda adiccional? Un simple teléfono móvil, sin cobertura. La localización, única, dota al film de una atmósfera realmente claustrofóbica, que combinada con una tensión sexual siempre presente, y que se va revirtiendo a medida que avanza la narración, nos mantiene pegados a la pantalla desde los compases iniciales.
La sensación de desasosiego crece escena a escena. El deterioro de los protagonistas se representa también en el plano fisiológico, con momentos escatológicos situados estratégicamente en puntos concretos del metraje: he aquí otra lección del novel cineasta, la distancia en el tratamiento de esos delicados momentos, que en los primeros casos se mantiene prudentemente alejada, y que hacia el final se nos muestra en todo su 'esplendor'. Al mismo tiempo, esos momentos funcionan como la cara más desagradable del deseo, que a tal punto ya ha degenerado por completo.
Poco a poco, todo adquiere un sentido metafórico. No sólo el ascensor, escenario de los miedos más profundos, y espiral sin salida de la debacle existencial, sino también, a diferentes niveles: desde la propias características de ese único escenario, representación del abandono de la industria, por decirlo de alguna manera, de la Vieja Europa. O el teléfono móvil, recurso tecnológico impotente justo cuando más se le necesita, que avatar de los inútiles intentos del hombre por dominar el universo.
Lo que termina de hacer redondo el film es un sensacional epílogo, en tono más bien humorístico, que, a la vez que respiro a tanta tensión y desasosiego, funcional como conclusión más bien ilógico de una trama, en la que el erotismo se va disipando progresivamente, aunque a la vez como culminación de los deseos iniciales de sus protagonistas: sería un acto sexual descrito verbalmente por el chico, ya iniciado, a la chica, inexperta. Inicialmente descoloca, pero ese cúmulo de sensaciones contradictorias es un atrevido, impredecible, divertido y, en resumen, inmejorable broche a esta pequeña gran película.