RABIA (2005) de Sebastián Cordero
AL FINAL DE LA ESCALERA
Tae-suk, protagonista de una de las mejores películas asiáticas de las últimas décadas, Hierro 3 (Bin-jip, Kim Ki-duk, 2004), desarrolla durante su estancia en prisión una prodigiosa habilidad: ser invisible a ojos de quienes le rodean. Sólo de este modo podrá vivir con su amada Sun-hwa, recluida en una opulenta casa junto a un marido maltratador, sin ser descubierto por éste.
Ese poético don de la invisibilidad, esa lírica existencia fantasmagórica, ese amante etéreo, esa convivencia espiritual, tan conmovedora en Hierro 3, se hecha de menos, en un cierto modo, en Rabia, coproducción española, mexicana y colombiana dirigida por el ecuatoriano Sebastián Cordero.
A pesar la notable diferencia de carácter que existe entre Tae-suk y José María, protagonista de Rabia, ambos se hallan en una idéntica situación: deben vivir como un incorpóreo e imperceptible guardián de la mujer a la que aman.
Pero, si el turbador lirismo de Hierro 3 admite una vulneración absoluta de la verosimilitud, la esencia de thriller con tono de terror de Rabia compromete el escepticismo del espectador ante la posibilidad de que José María pueda pasar absolutamente inadvertido en un caserón habitado durante nueve meses.
Sin embargo, el espectador que tenga la voluntad de salvar este leve inconveniente podrá sumergirse con agrado en la claustrofóbica y sofocante atmósfera de esta notable película, vencedora de la Biznaga de Oro en la última edición del Festival de Málaga.
Sin embargo, el espectador que tenga la voluntad de salvar este leve inconveniente podrá sumergirse con agrado en la claustrofóbica y sofocante atmósfera de esta notable película, vencedora de la Biznaga de Oro en la última edición del Festival de Málaga.
Tras asesinar accidentalmente a su capataz, José María (un destacable Gustavo Sánchez Parra) se refugia en el desván de la mansión en la que trabaja su novia Rosa (Martina García), en la que también viven los patrones (Concha Velasco y Xabier Elorriaga) y, ocasionalmente, los hijos adultos de estos (Iciar Bollaín y Àlex Brendemühl).
José María se transforma en un lánguido espectro que avanza entre las penumbras de los largos y lúgubres pasillos de la casona, siempre al acecho, siempre atento a cualquier circunstancia que afecte a Rosa.
La secreta presencia del protagonista se convierte en un elemento ambiguo. Si bien, por una parte, es el romántico y apasionado protector en la sombra de la joven colombiana, su personalidad obsesiva, maniaco depresiva y agresiva ciernen sobre él el violento desasosiego de un campo de minas.
La inquietante presencia del fugitivo es subrayada por el sobresaliente trabajo del director de fotografía Enrique Chediak (también premiado en Málaga), a quien debemos el brillante travelling del conclusivo plano secuencia, en el que la cámara recorre los diferentes pasillos y plantas de la mansión con la libertad que José María nunca llegó a tener.
Como no soy crítico de cine, soy poco dado a escribir de lo que no sé. Pero como tengo harta experiencia sobre inmigración desde el periodismo, esta vez he hecho una excepción. Se trata de la última película del director ecuatoriano Sebastián Cordero, una producción hispano-mexicana.
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Saludos,
Gustavo Franco Cruz