OSCARS 2011: LA CRÓNICA
EL DISCURSO DE LOS WEINSTEIN
Sin sorpresas. Se repitió el cuento de siempre. La previsibilidad de estos galardones resulta tan tópica y automática que ya ni merece la pena hablar de ello. Aunque en nuestra quiniela siguiésemos apostando por La red social como flamante ganadora, su derrota final ante el El discurso del rey, triunfadora no necesariamente inmerecida, el resultado final no puede compararse con el progresivamente anunciado cambio de viento de la edición pasada, en la que Kathryn Bigelow acabó derrotando a su querido ex-marido (pese a haber batido éste el propio récord de taquilla que él mismo había marcado), ni mucho menos con el crashazo de 2005. Las formas más tradicionales de comunicación política (todavía vigentes, por supuesto) han doblegado finalmente a la realidad de la nueva era de la comunicación, en la que cada individuo puede tomar parte.
El favoritismo absoluto que parecía poseer la criatura de Fincher y Sorkin en la primera etapa de la temporada de premios, con un rotundo triunfo en esa gran primera piedra de toque que son los Globos de Oro, se desvaneció enseguida tras las victoria de la producción británica en los Sindicatos de Productores y Directores, en ese orden. Exactamente las mismas circunstancias en las que tuvo lugar el “apasionante” duelo entre Avatar y En tierra hostil la pasada edición. Pero además, el ascenso del rey tartamudo supera con creces a la historia de los “billonarios por accidente” en el plano interpretativo, y así se reflejó en los galardones del Sindicato de Actores. Una triple corona sindical que, unida a los BAFTA, que por supuesto barrieron para casa, como hacen siempre que pueden, terminaron de inclinar la balanza.
No parece producente intentar extraer conclusiones del resultado como fomentador de tendencias industriales y/o artísticas, ni tampoco se deben buscar aquí las causas de su triunfo, y ni mucho menos apelar al preso de la parroquia británica. La realidad es que, en los Oscar, quien más la quiere, la tiene. Mark Zuckerberg no se involucró en ningún momento con “su” película, aunque tampoco renegó completamente de ella (ay, William Randolph Hearst), y por supuesto, no parece que haya movido muchos hilos para que el relato su su joven vida se llevase el gato al agua. Y recordemos quien está detrás de la película vencedora (nada de “película del año”, por favor): sí señor, los prolíficos y megalómanos hermanos Weinstein. Tras la quiebra de Miramax, su compañía estandarte, el pasado año, no han dudado en usar sus mejores armas para volver a lo más alto, haciendo lo que mejor saben: persuadir a jurados y académicos, algo en lo que son, sin duda, los mejores.
Por otro lado, se hizo también notar el peso del gremio actoral, el más poderoso de la Academia, que, como cabría esperar, barrió para casa y valoró más una película con los intérpretes como cabezas más visibles, y no una en la que el mayor talento estaba detrás de las cámaras (dirección, guión, montaje y música). Ya el pasado año evitaron la aceleración elevada a infinito de la captura de movimiento facial como tendencia a seguir, lo que podría dañar seriamente su decisivo poder en esta industria al reducir progresivamente su peso en las grandes producciones. Algo que, lo quieran o no, acabará ocurriendo en algún momento, si bien cualquier reversión radical es igualmente probable.
Al margen de eso, todo marchó según lo pautado. No se produjo ni una sola sorpresa, ni un mísero ganador inesperado en alguna de las categorías. Colin Firth y Natalie Portman se llevaron la última y más importante de las guindas a sus soberbias interpretaciones. Mientras que ella se lo ha llevado todo en su primera candidatura seria y consistente, al británico llega a lo más alto tras habérsele resistido los reconocimientos oficiales en reiteradas ocasiones. Christian Bale y Melissa Leo completan la foto de intérpretes premiados, repitiéndose así el resultado de los Globos de Oro. Aunque Helena Bonham Carter venía pisando fuerte tras los BAFTA, y dado el peso de la película en cuestión, triunfadora absoluta, el valor de la estatuilla, así como el orgullo de su ganadora, se triplicó. Por cierto, desde la edición de 2005, en la que Million dollar baby salió como la principal ganadora, ninguna película triunfadora de la categoría reina había valido al mismo tiempo el galardón para su intérprete protagonista; y si reducimos esta coincidencia al protagonista masculino, nos tenemos que remontar hasta diez años, con el triunfo de Russel Crowe y su Gladiator. Casi nada.
Eso sí, no puede dejar de expresar mi indignación por las decisiones finales en las categorías de Mejor Guión Original y, especialmente, la de Mejor Dirección. Quien me conozca, sabe cuánto detesto ese pueril mecanismo que, casi siempre, otorga esta última estatuilla al director de la película ganadora, sea cual sea su peso en el acabado final del producto. En un apartado en el que ya se había cometido la gran aberración de dejar fuera a Christopher Nolan, han decidido premiar al “novato” Tom Hooper (se trata de su segundo largometraje, pero cuenta con dilatada experiencia en superproducciones televisivas) por encima de cineastas de la talla de Darren Aronofsky o David Fincher, al que le han vuelto a dejar con la miel en los labios, y que de seguro acabarán recompensando por una película menor.
Más que nada porque estos dos últimos cargan en sus hombros la carga artística de sus films, incluso pasando por alto la existencia de un guión tan redondo como el del que disponía Fincher; mientras que la gran virtud de El discurso del rey se encuentra en el inconmensurable trabajo, primero, de Colin Firth, y luego, de Geoffrey Rush, secundados por una sorprendente Helena Bonham Carter. Y ojo: que no desmerezco para nada el trabajo de Hooper. Su realización no peca tanto de clásica y académica estricto como puede dar a creer en un principio: no se reduce al plano-contraplano, los grandes planos generales de situación y el travelling de seguimiento. Los primerísimos primeros planos, junto a esos zooms moderadamente abruptos, entre otros recursos, otorgan un notable relieve a la dirección y contribuyen a engrandecer aún más el sensacional trabajo actoral.
Por otro lado, la inclusión del guión de David Seidler en el carrito de la compra han evitado la última posibilidad de colocar a Origen en un lugar de prestigio oficial que sin duda se merecía. Como ya comentamos en su momento, la escritura de Nolan se supera a sí misma, introduciendo al espectador en un complejo laberinto diegético y dándole, al mismo tiempo y sin chirriar, las herramientas necesarias para salir de él sin tener que someterlo a retozados esfuerzos intelectuales ni posteriores visionados, ni afectar para nada al ritmo de un metraje considerablemente largo. Hasta podían haberse acordado de la única comedia presenta en las listas de nominadas, Los chicos están bien, que acumuló cero galardones (su otra gran apuesta era Annette Bening, la gran rival de Natalie Portman en la carrera por la estatuilla).
Los otros títulos que se fueron completamente de vacío fueron 127 horas, cuyas dos principales bazas, la interpretación de James Franco y la música de A.R. Rahman, competían en apartados que ya tenían dueño legítimo, y de manera más dolorosa, la sobrevalorada Valor de ley, pese a contar con la segunda mayor cantidad de nominaciones (10) tras la ganadora (12). Ni siquiera pudo celebrar el premio a la Mejor Fotografía, que recayó finalmente en los Coen. El último cuelgue de los hermanos Coen se une así al club del que forman parte otros sonados cerotes como Gangs of New York, El color púrpura o Paso decisivo, todas ellas partiendo inicialmente de una burrada de candidaturas.
Como no podía ser de otra manera, Aaron Sorkin recibió el Oscar al Mejor Guión Adaptado por el excelente libreto de La red social. Su criatura ha sido seguramente la gran derrotada de la noche, pero no dejó de llevarse lo que sin duda se merecía sin discusión: el Mejor Montaje, elemento imprescindible para sacar lo mejor del guión y la dirección, y la Mejor Banda Sonora para el innovador tándem Trent Reznor-Atticus Ross, que contaban con la competencia más encarnizada en la categoría en muchos años. Por supuesto, ninguna objeción para Toy story 3, que como ya repetido hasta la saciedad, debería incluso ser considerada (en serio, no de boquilla) para la categoría reina. La última joya de la Pixar, manantial rebosante de gran cine, venció además la estatuilla a la Mejor Canción, para el prolífico Randy Newman, colaborador habitual de la casa.
La predicción de la categoría de Mejor Película de Habla No Inglesa siempre resulta complicada, sobre todo después de lo visto en los últimos años, pero este año sí que se ha llevado el oro aquella que llegaba a la ceremonia un par de peldaños por encima del resto, la danesa In a better world. Iñárritu de nuevo a cero, como cabía esperar. Al mismo tiempo, nos quedamos con las ganas de conocer la reacción del inigualable Banksy en caso de victoria en la categoría de Mejor Documental, que finalmente cayó del lado de Inside Job, aproximación a las raíces del hundimiento financiero actual muy diferente a la grandilocuencia de Michael Moore. El famoso graffitero sí se llevó el galardón el pasado sábado en los Independent Spirit, donde lo recogió “por poderes” mediante su querido “Mr. Brainwash”, ese semificticio Thierry Ghetta sobre el que construye la sensacional Exit through the gift shop, su primera incursión en el cine, que ya le ha valido una candidatura para el tío Oscar.
Origen completó su mediocre palmarés con los dos apartados de Sonido (Mezcla y Edición) y los Efectos Visuales, sumando finalmente el mismo número de estatuillas que la triunfadora de la noche, cuatro; un nuevo indicio de lo muy relativa que es la cantidad en estos premios. La cabeza más visible de la cosecha fílmica cine de 2010, en taquilla, opinión pública y buena parte de la crítica, ha sido denostada de la manera más lamentable por la Academia y demás “entes premiadores”, que la han tratado como si fuese cualquier Spiderman o Harry Potter de turno. Completan el cuadro de honor Alicia en el país de las maravillas, con Mejor Dirección Artística y Mejor Vestuario, y El hombre lobo con el Mejor Maquillaje. Vamos, unas medallas de trámite de las que sólo se acordarán ellos.
Esto es todo hasta el año que viene. Por supuesto que hasta que llegue de nuevo diciembre, con sus primeras rondas de nominaciones y las pertinentes cábalas, no nos romperemos más la cabeza con predicciones, e intentaremos disfrutar al máximo del cine que venga, así como de una ficción televisiva que ya nada tiene que envidiar a su hermana mayor. Pero los Emmy no son hasta verano, así que, a divertirse sin más aliciente que nuestra propia inquietud.
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