ENTRE DOS MUNDOS - 'JOHN CARTER', de Andrew Stanton
JOHN CARTER (2012) de Andrew Stanton
Aceptando, como todo buen fanboy sabe, que Una princesa de Marte (el legendario libro publicado en 1912 por Edgar Rice Burroughs), ha sido fuente de inspiración para la elaboración de los universos galácticos de George Lucas, o para las aventuras ecológicas, con intenso color azul, del avispado señor Cameron, tendremos que aceptar también (sin ser demasiado friki), que sin la imaginería visual de estos dos especialistas en empaquetar blockbusters, nada de lo que pueda aportar Andrew Stanton en su (extraña) adaptación de la primera de las novelas del creador de Tarzán, sonaría a tan viejo. Si han pasado más de seis décadas de que la propia Disney quisiera utilizar esas bases para convertirla en el primer largometraje animado de la historia, no mentiremos en aseverar que ahora, tras el fenómeno Avatar, una película como John Carter llega en el peor de los momentos.
Con la imposibilidad de enmudecernos con un estilo particular o único que nos haga olvidar a otras grandes hermanas bastardas de la space opera, este primer contacto con la imagen real de uno de los niños mimados de Pixar, se asoma timorato en sus frágiles formas discontinuas, en su poca capacidad de sorpresa, o de impacto, pero quiere posicionarse (el tiempo dirá cual es su lugar), en un punto intermedio lo suficientemente estratégico como para no caer en los olvidos de generaciones futuras. Si nosotros, los que disfrutábamos de un cine imperfecto lleno de aire pulp que no temía ridiculizarse así mismo, y alentábamos las formulas maltrechas de otra épica extraña que surgió a la sombra de éxitos masivos (el Dune de Lynch, o el Flash Gordon de Hodges), por qué los que vengan detrás no van a succionar toda la carga efectiva que puede contener, a ratos, algo tan apasionado como el John Carter de la Disney.
La cinta de Stanton es una operación de cirugía plástica realizada por un director que durante la mayor parte del metraje de su obra parece tener miedo a mostrar su criatura tal como es: un Frankenstein cubierto de cicatrices y remedos, pero que una vez asume ciertos riesgos (no todo espectáculo debe parecerlo), y deja aparcada las expectativas de gran evento que la Disney tenia puesto en ello, bascula entre dos mundos con la suavidad de un mad doctor que, queriendo o sin quererlo, manda al traste un presupuesto desmesurado (mas de 250 millones de dólares), y cierra las puertas de la posible franquicia (con las cifras hasta ahora recaudadas, que John Carter sea la nueva Piratas del Caribe es algo poco menos que utópico) , para ser simplemente lo que es: un hermoso juguete roto de alma B con inequívoco aspecto de serie A.
Fantasías (casi) animadas
John Carter interioriza en el pastiche de géneros una historia deslavazada (la dicotomía de un guión elemental pero caótico), abierta en canal a las desgracias de un montaje trinchado, puede que incluso hasta retocado miles de veces, y una forzada copiosidad por abusar de los tópicos creyendo en ellos mas de lo estrictamente necesario (el héroe como elemento desestabilizador que aterriza en un lugar que no es el suyo, en este caso Marte, para ser el elegido que guiará al pueblo hacia su salvación), una obligación que no arrastra males mayores si nos ceñimos a que un buen producto fantástico puede sacar petróleo de las obviedades si detrás hay un director con pericia y habilidad a la hora de argumentarlas. Stanton es, claramente, un nombre a tener en cuenta, porque esparce la maravilla de un cineasta visualmente elástico y formalmente turbador (vemos referencias a su hermosa WALL•E en la árida descripción del planeta rojo), que hubiera podido hacer mucho mas (dan ganas de remontarla para sacar el máximo partido de sus riquezas), pero también mucho menos (¿se imaginan lo que podríamos tener si John Carter lo hubiera dirigido un Paul W.S. Anderson o un insulso Mike Newell?), si por un casual escenas (extraordinarias) como la de un Carter enfrentándose solo ante un ejercito de criaturas (mientras se simultanean -en un montaje paralelo de los que quitan el hipo- hechos trágicos de su pasado) hubieran desaparecido del metraje final de un film con tantos picos de genialidad como de momentos desastrosos.
Un genio fruto del maridaje de una carne apocalíptica del tipo Mad Max 2: el guerrero de la carretera (el comportamiento tribal de unos tharks que esconden, a pesar de los pixeles, mas alma que el propio Taylor Kitsch), y los caldos de aquellos péplums de brocha gorda que tenían de protagonistas a bellas amazonas de físicos espectaculares como los de la Raquel Welch de Hace un millón de años, o los de la Jane Fonda de Barbarella (una bizarra Lynn Collins nos las recuerda con nostalgia). Con ello, John Carter pisa terrenos no tan palomiteros como podríamos suponer a vista de un primer contacto, sino que va mas allá en su alcance de rara avis o, ¿por qué no?, futurible cult movie (el fracaso económico ayudará en esto), algo que la deshuesa de la culpa y acabará dejándola en mejor lugar del que ahora (injustamente) tiene.
P.D.: Sería injusto cerrar mi articulo sin una mención especial para la impresionante partitura de Michael Giacchino (el mayor logro de la película). Una música excelente que adquiere un protagonismo bestial gracias a una especial combinación de estilos que van desde John Williams a Jerry Goldsmith (el tema central es de los que no se olvidan, retentivo y fácil de silbar) y que demuestran a un compositor talentosísimo, especialmente dotado para eventos de este tipo. Una banda sonora fantástica para un John Carter fantásticamente defectuoso.
En tiempos como hoy, John Carter ya no sorprende a nadie.
"abusar de los tópicos creyendo en ellos mas de lo estrictamente necesario". No lo podías haber dicho mejor.