ENSOÑACIÓN DE LO SALVAJE – 'THE KINGS OF SUMMER', de Jordan Vogt-Roberts
THE KINGS OF SUMMER (Toy's house) de Jordan Vogt-Roberts (2013)
La fantasía y la ensoñación constituyen uno de los principales pilar cognitivo de la infancia, que llegada la adolescencia se centran en el irrefrenable deseo de emancipación, de vida bajo reglas propias y no ajenas, si bien llegado el momento de dar dicho paso, rito de pasaje, de evolución lógica de la línea vital, el lidiar con el desengaño de dicho enfrentamiento directo con la realidad supone el mayor desafío de cara a la madurez. Con estos ingredientes de base, en el marco de una gran escuela, la del cine indie, con un discurso, tono y temática tan definidos y reconocibles, especialmente referentes a dicho conflicto troncal y a todos los que le suelen rodear (dialécticas paterno-filiales, orfandad parcial, desencanto amoroso adolescente), director y guionista, debutantes en el largometraje, copan el primer acto con todos estos tópicos del cine made in Sundance para, precisamente, construir ese marco coyuntural del que los protagonistas desean y deciden escapar, huyendo hacia lo salvaje y construyendo allí su particular microcosmos de libertad y anarquía, pero, eso sí, con los insalvables límites de un relato cuya naturaleza no responde ni a lo fantástico ni a lo épico.
Precisamente en dicha inflexión, dentro de lo realista, reside el carácter genuino e irrepetible de la enésima pequeña gran joya de la factoría apadrinada por Robert Redford, que vuela como una mariposa sobre el desfile de tramas ya digeridas para picar como una abeja con sus elementos únicos y definitorios. Esta suerte de amago suburbano de El señor de las moscas convierte por ende las inevitables contradicciones del proyecto emancipador de los protagonistas en el mejor soporte y cauce para la reflexión. Esa fantasía de la liberación en un microcosmos sin reglas, regresando a las esencias de la naturaleza, pronto choca, a los primeros eslabones de la evolución, pronto choca con los verdaderos gajes de la supervivencia salvaje y sus peores efectos, que obligan a recurrir a una civilización técnicamente avanzada, de la cual, afortunadamente para ellos, no se han ido tan lejos. Y al mismo tiempo, como llave además del tercer acto, la aplastante evidencia de que el más dañino de los fantasmas internos de estos adolescentes, en pleno desarrollo de su propia identidad, no sea la abrumadora autoridad y sobreprotección paterna sino ataduras emocionales de las no se desprenden ni en la "selva".
Lo que llega a convertirse en pesadilla empieza básicamente como un juego, una aventura que, en su fase iniciática, bien podrían protagonizar Los Cinco de Enid Blyton. Lo lúdico está presente en todo el metraje, desde los videojuegos (alusivo e intencional anacronismo de ver a dos chavales de estos días jugando al Street Fighter clásico) hasta el recurrente Monopoly, pasando por la danza de espadas a lo samurái. Y en dicho factor lúdico se encuentra, por un lado, otra capa de esas contradicciones de su particular proyecto comunero, en el que pretenden ser ronin, guerrero sin casta ni amo, y al mismo tiempo jugar al más salvaje de los capitalismos, el inmobiliario. Por el otro, en una dimensión más estilística, identificamos un logrado eclecticismo de referencias a la cultura popular, primordialmente visuales, que evocan, a su vez, diferentes géneros cinematográficos en un espacio minúsculo, pues se trata precisamente de la única fuente del mundo "real", fuera del cascarón de la comodidad del hogar medio, en la que se pueden inspirar estos adolescentes cuando se lanzan a esta aventura emancipadora e introspectiva, cuya incongruencia destapa los límites de los protagonistas y de la naturaleza humana, por extensión.
No se acaban aquí naturalmente las virtudes del guión, hábil y elegante como pata concentrar la progresión de varios conflictos en una serpiente, previamente anticipada, como metáfora final del desafío del hombre ante una naturaleza a la que modificó precisamente para protegerse. Ese onirismo desnudo, tan característico de la escuela indie, que aquí no deja de estar presente, encuentra ulteriormente su vuelta de tuerca surrealista, rozando lo oscuro y lo siniestro, con el personaje de Biaggio, extremadamente logrado e enriquecedor del relato por otra parte, a su vez anticipado (y posteriormente confrontado) por el heterodoxo policía interpretado por Thomas Middletich (Silicon Valley). Al mismo tiempo, el film resuelve con pericia su triángulo amoroso, alejado de los tópicos de ambos extremos de una respuesta maniquea, y el inherente conflicto friendzone, supuesto y controvertido talón de Aquiles discursivo de la factoría Sundance en su representación del género femenino.
En resumen, una magnética, honesta y consistente película que nos puede servir para reflexionar en esta época estival (en concordancia con su tiempo diégetico), la cual se presta especialmente para ello aunque nos queramos convencer de lo contrario.