EL TAMAÑO IMPORTA - 'UN HOMBRE DE ALTURA', de Laurent Tirard
UN HOMBRE DE ALTURA – Un homme à la hauteur (2016) de Laurent Tirard
Hombre, pues sí. El tamaño no es cosa menor. O, parafraseando a aquel erudito, es cosa mayor. Que se lo digan a Jean Dujardin, que siempre ha andado sobrado. Lo demostró como seductor actor de cine mudo en The artist y como mujeriego irremediable en Los infieles. Es algo que no puede ocultarse. Salta a la vista. Se nota. Y gusta, vaya que sí, porque allá cada uno con sus preferencias, pero un buen tamaño impresiona. Impone. Claro que siempre hay quien los prefiere pequeños y manejables, pero el imaginario colectivo nos dice que cuanto más grande, mejor. Y de eso habla, precisamente, la película: de la altura. Si alguien imaginaba que este era un artículo sobre penes (¿puedo decir la palabra pene aquí? ¡Pene!), se ha equivocado de página, pero tranquilos porque tenéis medio Internet consagrado al tema. ¡Suerte!
A lo que iba. Jean Dujardin es un actor de más de metro ochenta que interpreta en Un hombre de altura a un hombre de apenas metro y treintaidós centímetros. No es un enano, sólo una persona extremadamente bajita. A pesar de esa peculiar característica física, es un ser humano con un extraordinario don de gentes y una inteligencia supina. Bueno, sí, se ha comprado un perrazo que lo derriba cada vez que cruza la puerta de su casa y usa una banqueta para llegar a su propio lavabo porque no se le ha ocurrido mandar construir uno a su medida (dinero no le falta), pero quién soy yo para estropear esos gags tan finos con la estúpida lógica. Que el pequeñín se suba a sitios y se quede colgando de los armarios de la cocina, que tiene mucha más gracia. Pues resulta que Alexandre, que así se llama, se enamora locamente de una rubia despampanante, y como ella tiene sus reservas se la lleva en la primera cita a practicar paracaidismo, que es algo que se hace mucho en las primeras citas y no tiene nada de raro. En la segunda cita la lleva a un bar clandestino regentado por una mujer con aspecto de prostituta sifilítica, y todo normal, todo bien. Y surge el amor entre ambos, pero qué vergüenza para la mujer presentar a esa cosita tan pequeña en sociedad, qué bochorno decir que sale con un hombre que le llega a la cintura.
Al final (y al principio, y en medio), la moraleja es que el exterior no importa, que lo que importa es el interior de las personas, pues es ahí donde radica su belleza. Y yo he llorado de emoción en la butaca porque es un mensaje que nunca, jamás de los jamases, me habían contado en una película. Todo ello bañado en un delicioso humor de alto copete que hace que el espectador se lo pase como un enano (alto, enano... qué gracia, ¿eh? Pues así 95 minutos).
Se trata de un innecesario remake de la comedia argentina Corazón de león que, vista su homóloga francesa, no me molestaré en ver para comprobar si es mejor o igual de tonta. Que igual soy yo, ojo. El señor sentado a mi lado en el cine se reía como si le pagaran por ello y realmente parecía estar pasando uno de los momentos más desternillantes y memorables de su vida. Estoy deseando leer su crítica y averiguar qué es lo que se me ha escapado. En lo que a mí respecta, mi crítica acaba aquí. Una crítica corta para una película corta.