CINEUROPA 2014: LA CRÓNICA (I)
Como cada noviembre, llega a Santiago una nueva edición de Cineuropa, ese festival de cine atípico y popular (35.000 espectadores de media), que confía año a año en el boca a oreja, gastando poco o nada en publicidad y en traer a grandes nombres a la ciudad. En el presente curso cumple su 28ª edición con la sensación de ser un año bisagra, una edición en que las circunstancias parecen obligar a replantear su identidad de cara al futuro. La situación económica vuelve a obligar a hacer encaje de bolillos con el presupuesto disponible: este año queda en 148.000 € (se ha reducido casi un 50 % desde 2011), una cifra muy baja si la comparamos con los números en que se suele mover un festival de estas características. Con este contexto económico es comprensible la sensación tras un primer vistazo al catálogo: la de una apuesta por una sección oficial reducida en cuanto a películas y pases respecto a otros años y el incremento de las secciones paralelas basadas en ciclos temáticos (New Hollywood, Cine de la RDA o especiales dedicados a Alain Resnais, Nils Malmros o Bertrand Bonello). Sin embargo, si prestamos atención a los títulos, vemos que no están elegidos de forma arbitraria, sino que existe un fino hilo conceptual que une muchas de las películas y por el que hay que elogiar (otro año más) a José Luis Losa, el director del festival, que apuesta por la coherencia en tiempo de vacas flacas.
Vergiss mein Ich y Phoenix
Y esta idea en común es el de la reformulación de la identidad después de un acontecimiento decisivo. La idea parece estar detrás de muchas de las películas de la sección oficial y de los ciclos temáticos, además de conectar con los retos actuales de una sociedad que tiene que refundar sus bases tras los efectos devastadores de una crisis económica. “¿Cómo se transforma el cine de un país tras una guerra?”, parecen preguntarse las películas del ciclo de la RDA. ¿Qué cine realizan los directores del New Hollywood tras remover los cimientos de la meca del cine con sus grandes éxitos?
La idea de la reformulación de la identidad tras un acontecimiento traumático parece ser sintomática de las preocupaciones de un país cuando dos producciones que tratan ese tema comparten procedencia y año de realización como en el caso de las alemanas Vergiss mein Ich (Jan Schomburg, 2014) y Phoenix (Christian Petzold, 2014). En caso de la primera, el proceso de recuperación de una enferma que ha perdido la memoria autobiográfica sirve como punto de partida para reflexionar sobre las sobre las miserias y máscaras de la clase media alta alemana en un tono cómodamente situado a medio camino entre la seriedad del Bergman de Secretos de un matrimonio y la estética del cine norteamericano parido por Sundance. Buena fotografía y desinhibición a la hora de retratar las escenas sexuales. Gana enteros en su tramo final pero, por desgracia, se desinfla en su última secuencia, que deja un sabor de homenaje pobre y explicito al plano y frase final de Nicole Kidman en Eyes wide shut.
Tomando un camino diferente, Petzold rodea su historia de renacimiento y particular venganza en el envoltorio del melodrama de formas más convencionales para tratar la historia de una judía que vuelve de los campos de concentración con la intención de recuperar su marido y su pasado. Bajo este tema subyacen los fantasmas del colaboracionismo, de la idealización y la imposibilidad de volver al pasado. La película, interesante y emocionalmente intensa, adquiere mayor interés cuando trasladamos el drama de sus personajes a la esfera de lo nacional: ¿qué nueva sociedad surge de las cenizas de una guerra?
Sorpresas
Frente a la linea general de esta edición surgen pequeñas disidencias, programadas en los márgenes del festival, que marcan diferentes fugas y evasiones del que se enmarca como tema central del festival. La primera sorpresa que me he llevado en esta primera semana es la película de Flavia de la Fuente, 15 días en la playa, una muestra de cine rabiosamente actual (recordemos la inmensa Costa da morte de Lois Patiño y el renovado interés por el cine paisajístico) pero simultáneamente anclado en cierta tradición del cine experimental y el arte de la segunda mitad del siglo XX (Peter Hutton o James Benning, el land art y el povera). Mediante la observación de lo inmediato, y con una mirada honesta y atenta a los ritmos y a los tiempos mayores que afectan al paisaje, ofrece una pequeña gran película que demuestra una interesante carrera para seguir.
También destacó gallega Las altas presiones (Ángel Santos, 2014), película sobre la vuelta a casa de un treintañero pontevedrés emocionalmente destrozado tras el fracaso de un relación. En una huida hacia adelante para no aceptar el fin de la juventud visitará a un antiguo amor, una joven estudiante de Bellas Artes y una enfermera. Acierta en el retrato de una provincia hundida en lo económico como reflejo del estado interior del protagonista. Final abierto y referencias que van desde el Rohmer más contemplativo a la disección de las relaciones afectivas fallidas de Chéjov o Carver para un film que supera con holgura el aprobado.