UN PERRO AFGANO FLOTA EN LA PISCINA DE LA PLANTA 35 – ‘HIGH-RISE’, de Ben Wheatley
HIGH-RISE (2015) de Ben Wheatley
¡Los rascacielos, esas ciudades verticales, micro-sociedades independientes que se alzan ante nuestros ojos, aparentemente sólidas, ilusoriamente estables! Sucede que a veces estos edificios cuentan con instalaciones básicas tales como supermercados, colegios o centros deportivos, de forma que sus habitantes bien podrían no volver a poner el pie en la calle nunca más ni tener contacto con otros seres humanos ajenos a la vivienda. Sucede también que, en ocasiones, las plantas superiores cuentan con lujosos dúplex mientras que las inferiores están formadas por apartamentos más modestos. Las jerarquías se hacen patentes, las desigualdades se acentúan y las luchas sociales pueden desembocar en esporádicos episodios de violencia sujetos a una sola ley: la ley del rascacielos.
Ben Wheatley, que ya desencajó unas cuantas mandíbulas y fundió algunos sesos con Turistas y A field in England, adapta la novela/bestiario de J.G. Ballard, que calza a la perfección con su estilo crudo y visceral, aunque en esta ocasión el director inglés se decanta por una estética visual grandilocuente y perversamente bella. El caos y la locura se van abriendo paso entre las estancias del rascacielos, los continuos cocktails de los residentes experimentan inexplicables giros denigrantes y hasta los niños son conducidos a una espiral de violencia gratuita, pero Wheatley opta por mostrar lo perturbador como hermoso, la anarquía sofisticada. En otras palabras: la belleza del fin del mundo.
Y es que en High-rise -que me parece una película desquiciada y bestial en la mejor de sus acepciones- se aborda la pérdida absoluta de los valores éticos de un grupo de gente recluido en espacio particularmente claustrofóbico, seres humanos que involucionan hacia una forma de vida mucho más primitiva y ancestral en la que las vejaciones y las agresiones más brutales están justificadas por la mera excusa de la supervivencia y la selección natural. Y lo más inquietante es que los habitantes del edificio parecen adaptarse con sorprendente naturalidad a ese nuevo entorno hostil, como si les permitiera liberar unos instintos animales que ya no tienen por qué esconder en pos del civismo. Hay un episodio en la novela en el que una mujer acomodada confiesa estar disfrutando enormemente de ese nuevo régimen de barbarie, pues por primera vez desde que tenían tres años no importa en absoluto lo que hagan o dejen de hacer, pues los actos personales parecen no acarrear castigos ni consecuencias.
Es un lujo ver a actores con la elegancia actoral de Tom Hiddleston, la sutileza dramática de Elisabeth Moss y la agresividad escénica de Luke Evans reunidos en esta epopeya pesadillesca que bien podría ser el reverso oscuro de La gran belleza. Esta es una fiesta abocada a la destrucción, el dulce jolgorio de ver arder los cimientos de la sociedad moderna. Una película radical y mayúscula que se fue de vacío de los festivales de Toronto y San Sebastián -éste último inexplicablemente- pero que hará las delicias de los espectadores que aún conectan con la bestia perturbada que habita en ellos.
Me encanta la critica, no me perderé la película! Alex eres un crack!!