SEVILLA 2016: LA CRÓNICA (I)

“Y entonces, debe haber algo, un festival”. Dos señoras de mediana edad con aspecto desaliñado andaban sin saber mucho de nada por la zona adyacente a las taquillas de los cines de Nervión Plaza, donde se pueden adquirir las entradas a tres euros cincuenta para el Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF). Continuaba la mayor de las dos: “y ponen películas de directores franceses, italianos, tú sabes, menos conocidos”. “Claro”, respondía la otra señora, “por eso hay la cola que hay, qué barbaridad”. Si bien la miel no estuvo nunca hecha para la boca del asno, en una cosa sí que llevaban razón las señoras: había bastante cola. Cada uno cuenta la feria según le va. Yo perdí el autobús y llegué con un par de minutos de retraso a American honey, de la directora británica Andrea Arnold. Tampoco lo noté más tarde, habida cuenta de sus casi tres horas de metraje que narran la historia de Star (Sasha Lane), una chica proveniente de una familia pobre y totalmente desestructurada de la más pobre América de las caravanas, los rodeos y la comida basura que huye con una compañía de jóvenes tunantes en busca de la libertad y la solvencia económica.

La trama de la película es una sucesión interminable de altibajos de la protagonista y del chico de quien se enamora, Jake, otro integrante del equipo de ventas de suscripción de revistas por catálogo al que Star ingresa, interpretado por un Shia LaBeouf tristemente caracterizado como un truhán veinteañero. Quizás lo más llamativo de la película haya sido conocer a la actriz protagonista y dejarnos cautivar por su extraña belleza étnica, sus rastas y sus finos labios, y tocar con nuestros dedos un poco de esa auténtica libertad estadounidense que tanto se ha prodigado históricamente. También es positivo adentrarnos en la más profunda pobreza cultural y espiritual de la white trash americana y compartir, desde la barrera, eso sí, un rato de acercamiento a ese oscuro mundo en un formato de 4:3 que en ocasiones sugiere estar viendo un documental. Un documental muy largo, por cierto. Los movimientos de la cámara, la impunidad con que se trata el sexo y la música trap nos acercan a un universo contemporáneo bien cuidado en el que, como contrapartida, los personajes están muy poco desarrollados y no pasan de burdos arquetipos de los que, a pesar de su duración, no conseguimos rascar ni un poquito más. La historia es verosímil, pero se echa de menos un poco de la estructura del cine clásico: el inicio, el nudo, el desenlace… el final ni es feliz ni es triste. La película simplemente acaba. Podría haber durado otra hora más y habría dejado al público con el mismo sabor de boca.

En comparación con este dramita, el dramón propuesto por el danés Martin Zandvliet juega en otra división. Land of mine, traducida como Bajo la arena, nos cuenta la historia (basada en hechos reales) de los miles de soldados nazis, la mayoría de ellos niños, que pasada la II Guerra Mundial fueron hechos prisioneros y llevados a Dinamarca a desactivar minas anti-persona ocultas en sus playas occidentales, instaladas por los nazis. Un drama adulto con trágicas escenas y no apto para públicos sensibles. Nos regala la enseñanza obvia de que la crueldad humana no era exclusiva de los nazis ya que la película nos guía por los suplicios que niños de catorce años tuvieron que pasar para conseguir su libertad, desactivando minas y muriendo en la gran mayoría de los casos, y por el proceso personal del sargento danés a cargo de la unidad, que acaba por aceptar a unos soldados a los que primeramente odiaba (¡ups, spoilers!). Si bien el protagonismo es coral, destacan dos personajes, el del sargento danés Carl Rasmussen (Roland Møller) y el del prisionero alemán Sebastian (Louis Hofmann), que articulan de manera sencilla una historia completa y bien narrada, con su inicio, sus puntos de giro y su desenlace. Para conocer esto último… mejor verla.