NOSTALGIA DE POSTÍN - ‘LA BELLA Y LA BESTIA’, de Bill Condon
LA BELLA Y LA BESTIA – Beauty and the Beast (2017) de Bill Condon
Aún recuerdo cuando me encontré bajo el árbol de Navidad, siendo yo un renacuajo, un regalo que resultó ser un VHS de La bella y la bestia, mi gran petición de la carta a Papá Noel y los Reyes Magos ese año, la que sería, podría decirlo, la película favorita de mi infancia. Decenas de visionados, que iban deteriorando progresivamente esa pobre cinta de vídeo, cuando los formatos digitales aún no habían llegado o no eran asumibles para el consumidor medio, me hacen saber, aún tantos años después, a las puertas de la treintena, cada plano, cada línea hablada o cantada, como la palma de mi mano.
Así pues, en un ejercicio más de nostalgia que de cinefilia, apunté en el calendario la fecha de estreno de su remake en acción real, con nada menos que Emma Watson, icono dentro y fuera de la pantalla, en cuanto vi el primer avance. ¿Qué había que perder? Lo peor que podría pasar sería encontrarme una réplica plano a plano, frase a frase, nota a nota del “original” animado, lo cual no dejaba de resultarme apetecible. Ni siquiera el pasado “crepuscular” de Bill Condon me echaría atrás.
Pero eso supondría muy poco desafío para Disney, que es de las que “antes muerta que sencilla”. Si se atrevieron a reinventar y relanzar Star Wars, la saga cinematográfica por excelencia, no podrían desperdiciar la oportunidad de darle una nueva vuelta de tuerca a este relato universal, el cual no ha parado de evolucionar, desde sus orígenes tradicionales hasta su primera adaptación fílmica, obra de Jean Cocteau (que introducía el personaje de Gaston, entonces Avenant, y toda su subtrama), y por supuesto en todas las instancias posteriores, siendo precisamente la versión musical y animada de Disney la que alcanzó mayores cotas de fama, popularidad y posterior derivación a otros medios.
Ya la tradición literaria fue edulcorando con el tiempo las versiones previas de los cuentos populares, no pocos de ellos con una vertiente mucho más oscura y hasta sádica. En ese sentido, la evolución de ciertos personajes clave del relato los deja en una posición más positiva en el plano moral (¿y qué son los cuentos sino enseñanzas de vida?), especialmente el villano redimido, la bestia, y el padre de Bella, Maurice. Así pues, la película no deja pasar la oportunidad de seguir añadiendo matices y mutaciones a este hipertexto, manteniendo, naturalmente, su columna vertebral narrativa y semántica.
En este sentido, se puede intuir en cierto modo la influencia de Emma Watson (que nació y vivió de pequeña en París, precisamente), que da vida a una Bella decididamente más revolucionaria e independiente que sus anteriores versiones, y también del coguionista Stephen Chbosky (que dirigió a Watson en la excelente Las ventajas de ser un marginado), que amplía el relato hacia un pasado tormentoso de ambos personajes principales para darles mayor solidez a su construcción. Algunos lances del “original” de 1991 se simplifican y agilizan, otros se ven alterados, se introducen nuevas subtramas (y nuevas canciones), se introducen nuevos personajes y se altera otros ya existentes, se remarcan algunas connotaciones (los vecinos de la aldea más ignorantes y analfabetos que nunca, por poner un ejemplo), etc.
Toda una serie de modificaciones y añadidos que, en definitiva y por la mayor parte, añaden mayores matices y dimensión a la narración sin lastrarla en ningún momento. Hasta nos encontramos un pequeño subtexto homosexual, que en última instancia deriva además en la redención del personaje en cuestión con respecto a su original en la cinta de Disney (un cambio más bien sutil pero que no gustará a los integrantes de Hazte Oír).
Cambios de formato y dónde encontrarlos
Ya en el aspecto más puramente técnico y visual, el tránsito de la animación a la acción real (con una ingente carga de CGI, evidentemente) tiene su cal y su arena particular. Por un lado, varios de los números musicales, en pantalla grande, suponen todo un deleite para los sentidos. Por el contrario, el lado más desafortunado de esta conversión lo tenemos en los también esperados utensilios animados, patrimonio del cine de animación, que pierden bastante encanto, pese a lo noble del intento. Y por cierto, un pequeño consejo a los que la veáis doblada (que seréis la gran mayoría): no prestéis atención a la ficha artística de la película, para así guardaros la sorpresa de conocer en el desenlace las caras que han estado “detrás” de dichos utensilios durante toda la película.
Hay muchos detalles, entre los más y los menos afortunados (por ejemplo, no me gustó nada que cambiasen la música a la escena de la entrada de Bella en el Ala Oeste, principal punto de inflexión argumental), que darían para escribir una centena de artículos y comparativas. Pero quedémonos con lo realmente importante y esencial. Que La bella y la bestia 2017 es lo suficientemente fiel a La bella y la bestia 1991 como para hacer las delicias de quienes crecimos con esta última, pero al mismo tiempo aporta relevantes cambios como para seguir contribuyendo a la evolución de este relato universal, que no envejece por mucho que la rosa amenace con marchitarse.
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