PISTOLAS ENFUNDADAS – 'VALOR DE LEY', de Ethan & Joel Coen
VALOR DE LEY – True Grit (2010) de Ethan & Joel Coen
Por Víctor Paz Morandeira
(Publicada originalmente en A Cuarta Parede, Nº 1, 1 de febrero de 2011)
“Disfrazada de clasicismo, su pesquisa ya no es ostentosa y la tensión circula ahora por el interior del relato”1. Son las palabras de Carlos Reviriego describiendo el cambio de estilo de Paul Thomas Anderson en Pozos de ambición, filme de suma importancia para entender un fenómeno que se está produciendo en una generación de autores norteamericanos que notan como su aportación posmoderna se vuelve caduca y miran a modelos más clásicos que retuercen sin la hipertrofia referencial, ritmo rápido y el manierismo visual propios del Danny Boyle de Trainspotting o el Guy Ritchie de Lock & Stock, aún varados en esos puertos.
Incluso el cineasta yanqui posmoderno por excelencia, Quentin Tarantino, decidió centrarse más en el (arquetipo del) relato y en una puesta en escena depurada y más estática en sus dos últimas propuestas, Death proof yMalditos bastardos. Por terrenos semejantes transita el David Fincher de Zodiacy La red social, y algo parecido podemos decir de los Coen de Valor de ley, aunque ellos llegan más tarde y también partieron antes del posmodernismo. El remake de la película con idéntico título que Henry Hathaway realizó en 1969 no tiene nada que ver con el discurso de los hermanos, por mucho que la historia sea la misma. Si bien ellos dicen que es una nueva adaptación de la novela de Charles Portis y ni tuvieron en cuenta la versión antigua, las comparaciones son inevitables. Y no porque interese el ejercicio de buscar paralelismos o diferencias en sí, sino porque a través de él podemos definir mejor el sutil cambio de rumbo apuntado.
Hay tres elementos que ilustran este juego perverso con el cine clásico en Valor de ley. El primero es el uso de la fotografía, pasando literalmente del día a la noche, de lo legible a lo indefinido, permitiendo usar el paisaje y los tonos como elemento psicológico. Por otra parte, las interpretaciones son más naturales, no solo en la búsqueda de realismo, sino también para establecer una dicotomía filosófica de la que hablaremos más adelante. Esto, unido a una narración en suspenso, sin inicio y fin representado, permite una lectura política y meta-cinematográfica de calado.
Figuras fantasmales en el crepúsculo del western
“El triple imperativo dramatización-jerarquización-legibilidad” en el cine clásico de Hollywood hace que “la iluminación de los actores no obedezca a la lógica de la iluminación de los escenarios circundantes: ambos se ven dramatizados, pero los actores son más importantes que los decorados”2. Esta metodología se rompe con la llegada del cine moderno. De estas afirmaciones se pueden sacar varias conclusiones. La más evidente es que la nueva Valor de leyno está tan pendiente de sacar guapo a Jeff Bridges como lo hacía Hathaway con John Wayne. No le interesa porque lo que cuenta es el realismo y, por otra parte, pretende hacer de la figura del “Rooster” Cogburn, ese marshall sin escrúpulos en la búsqueda de un forajido para matarlo, alguien más gris, incluso negro, con aristas. Si Hathaway optaba por la luz del día, por la claridad en todos los aspectos del relato, los Coen van a preferir la noche, las sombras.
Frente a figura de la estrella (la movie-star) como centro de la composición, la fotografía de Roger Deakins logra hacer del paisaje y del entorno un personaje más que resalta la presencia fantasmagórica de unos clichés en retirada, los personificados por Matt Damon y Jeff Bridges. Son sombras en la noche, indefinidas, que entran y salen de escena como zombis. Representan la imposibilidad de presentarse con nitidez en el Hollywood actual, donde el sistema clásico de western no tiene cabida.
Cogburn, personaje afable y protagonista total en la película de Hathaway, resultaba un ser entrañable que era redimido de sus actos violentos por su valor y heroísmo -”He’s a man of true grit”, dicen en la versión original-. Molaba, era un fascista de pies a cabeza, pero molaba y era muy bueno.
Los Coen toman la cosa con otra distancia. Cogburn bebe, blasfema, fuma y mata. No tiene escrúpulos a la hora de tratar a los criminales y toma la segunda enmienda como un derecho fundamental y prioritario. Cuando Mattie Ross (Haillee Steinfeld) decide capturar al asesino de su padre, su instinto primario es recurrir a un hombre que sabe cumplirá sus deseos de venganza.
Cuando Aristóteles llegó al Viejo Oeste
Con el tiempo, ve en la figura del civilizado LaBoeuf, el aplicado Texas Ranger que los acompaña, una mejor elección por la constancia y convicción en sus sólidas ideas, impolutas como buen funcionario del orden que es, capturando siempre con vida a sus presas. Si Cogburn simboliza el alma en el binomio aristotélico, LaBoeuf es la razón. La moral personal contra la ley. En un instante de la cinta, el segundo incluso le recita al primero en latín, lo que da pie a una de las salidas de tono de un Bridges un poco pasado de rosca.
Como comentábamos, un trabajo con los actores más realista y una reinterpretación de la novela, sobre todo en los diálogos, hacen posible establecer estos paralelismos. El guión tampoco es manco en lo de trazar un discurso sutil sobre el crepúsculo del western y hacer a través de él una lectura política al mismo tiempo. Al contrario que en la película original, la acción comienza con el padre de Mattie ya muerto. Es ella quien cuenta un episodio que siente ya en los albores de los tiempos. A saber cuánta dosis de épica pone ella al relato. No hay LA historia, ésta es UNA historia. Adicionalmente, los cambios en el final evidencian esta línea de pensamiento. Para Mattie el viaje de vuelta es la pérdida de la inocencia, el paso de la juventud a la edad adulta, desprendiéndose del amado pony que Cogburn fuerza hasta la extenuación y perdiendo un brazo en el proceso. Del happy ending pasamos al un “I’ve grown old” (“Ya voy viejo”, más o menos) cuando Bridges no llega a tiempo a la enfermería.
Años después, Mattie ya adulta, va a visitar a Cogburn a un espectáculo de Wild West en el que trabaja. Su vida se ha convertido en una atracción lúdica de escaso valor. ¿Hollywood renqueante? ¿Cambio de valores en la sociedad norteamericana? Con todo el lío de Tucson, la Asociación Nacional del Rifle debe de estar en horas bajas. Aún así, no es fácil abstraerse de un pasado histórico escrito en sangre. Hay una parte de Cogburn que está en el alma de la sociedad estadounidense.
Por otra parte, ¿ha ganado la batalla la razón? Mattie dice que no volvió a saber nada de LaBoeuf, que no sabe si ni estará vivo. La justicia entra y sale de escena como el personaje de Damon, cuando menos lo esperas. ¿Reclaman los Coen un Texas Ranger o pretenden solo crear una parodia de la ley que intenta sin éxito enjaular las pulsiones humanas? Lo que queda claro es que los revólveres del Viejo Oeste acumulan polvo en la estantería y los hermanos de Minnesota no van a hacer nada para impedirlo.
Siendo este un filme que no acaba de concretar su propuesta, muy lejos del estilo que los había hecho famosos con obras como Fargo o Muerte entre las flores, tiene a la luz de estas consideraciones cierto interés y apunta, como ya hacía intuir Un tipo serio, un cambio de rumbo en la filmografía de este dúo que puede desembocar todavía en un resurgimiento por desviación de su propuesta.
1 REVIRIEGO, Carlos. Dinámicas de la ambición, en Cahiers du Cinéma.España nº9 (febrero 2008).
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