UN TREN QUE NUNCA PARA – Vuelve 'WEEDS'
BAGS (7×01) – Season premiere de WEEDS
Últimamente, parece que se han convertido en una tendencia de las series de cable esas largas elipsis entre temporadas, coincidiendo a veces con la diferencia de tiempo de emisión entre ambas. Hace un par de días comentábamos aquí mismo el salto de un año (con matices) con el que True Blood arrancaba su cuarta hornada, y los (maltratados) seguidores de Mad Men tendrán aún fresco el avance de un año con el que se encontraron al principio de su última temporada hasta la fecha. Pero aquí el tijeretazo ha sido insólito, nada menos que tres (supongamos que largos) años, así de golpe, tras aquella imagen congelada de Nancy Botwin, a lo “America's most wanted”, que cerró la pasada temporada. No se debe interpretar como un cobarde reset, o una regresión, ni mucho menos como un signo de insuficiencia argumental, puesto que esta serie, desde el primer momento, pero especialmente a partir del final de su tercer volumen (alucinante presenciar Agrestic en llamas), ha consistido básicamente en una constante huida hacia adelante, sin frenos ni posibilidad de retorno. Un concepto que se materializó con toda su expresión todavía en la pasada hornada, que tomó forma de una auténtica road movie.
Aquel plan C de nuestra (anti)heroína - omítanse chistes fáciles-, cuyos detalles no conocimos hasta los últimos planos de la pasada finale, se ha ejecutado a la perfección. ¿En qué punto nos deja entonces? Con dos bandos, en dos puntos separados por un complejo puente áereo. Nancy acaba con su culo en Nueva York, un escenario en el que tarde o temprano veríamos a nuestros protagonistas. Aunque olvídense de los emblemáticos y tópicos parajes de la capital del mundo, puesto que Lady Botwin mira el paisaje desde rejas, cumpliendo condena por la prolífica hoja de servicios que ha estado rellenando 6 temporadas, pero principalmente, por su gran obra de madre comiéndose el marrón causado por su hijo psicópata al final de la 5ª. Mientras tanto, el equipo de los chicos parece haber instalado cómodamente en un Copenaghe un tanto hiperbólico y artificioso, que desde la cercanía europea se asemeja más a ese otro estereotipo, también exagerado pero con bastante de real, asociado a Amsterdam. De nuevo, queda patente que la geografía extranjera y la cultura viajera no es el fuerte de los creadores norteamericanos. A Silas, Shane y Andy se les ha unido el bueno de Doug: se desconoce cómo y en qué momento, pero sí se sobreentiende que ha renunciado definitivamente a la esperanza de volver con su mujer y sus hijos.
En este punto, no queda otra que mencionar dos posibles salidas argumentales, centradas en sendos secundarios, vagamente sugeridas el pasado año, que parecían no contribuir finalmente a nada, pero que ahora más que nunca toman sentido; en una buena ficción como esta, nada cae (ni debe) en saco roto. Una ayuda a unir cabos y otra establece la que pinta como una de las principales tramas en esta temporada. Esta última no es otra que la montada en torno a la tía Jill, que se ha hecho cargo del benjamín de los Botwin, el (ya no) bebé Stevie, en completa ausencia de su familia más inmediata. Lo que parece un acto de solidaridad/compromiso enseguida se revela como más bien lo contrario, puesto que lo ha criado como si fuese su propio hijo, hasta el punto de hablarle de su verdadera madre como “la tía Nancy”. Y según deja entrever claramente, no tiene intención ninguna de devolverlo a donde pertenece. ¿O será que, egoísmo aparte, es lo mejor para el niño al fin y al cabo, el alejarlo de esa espiral degenerativa y esa huida permanente? Vuelve el drama familiar más puro, en su expresión más descarnada.
La otra salida sugerida que ahora cobra todo el sentido es la del agente Lipschitz, aquel “visionario” agente del FBI cuya búsqueda tenaz, muy motivada personalmente, parece dar frutos sólo por obra y gracia de Nancy y su plan C, sin que su figura tuviera aparentemente una relevancia equivalente a su marcada presencia. Pues bien, con su propio arrestro planificado, y su posterior confesión de todo sobre Esteban y su entorno, Nancy le sirvió en bandeja al agente el desmantelamiento del cártel Reyes, encumbrando así su carrera como azote del crimen organizado. A modo de agradecimiento, este hombre fue el apoyo de nuestra protagonista desde el momento en que entró entre rejas, le guardó muchos de sus efectos personales (ropa y objetos básicos, se entienda) y le permitió salir del cautiverio sin haber cumplido ni la mitad de su condena (aunque ahora está obligada a ir a un centro de reinserción).
Su colaboración, asimismo, le garantizaba la tutela de la protección de testigos, que dejó de ser necesaria por una noticia que le comunica el propio Lipschitz: Esteban, el único motivo por el que Nancy no quería salir de la cárcel, ha muerto asesinado en su respectiva cárcel, lo que le garantiza su seguridad ahí fuera. ¿Podemos creer al agente? ¿Será real esa revelación? En principio así parece, pero no debemos descartar nada, ya sabemos cómo se las gastan. Y recordemos que Guillermo, o incluso César, se lo podrían tomar como algo personal, estén donde estén. La que no parece que vaya a regresar será la doctora Audra Kitson (Alanis Morissette), y eso que se amagó con su vuelta en el ecuador de la pasada temporada.
Aunque la novedad más chocante, la evolución más sorprendente e inesperada de este largo periodo omitido por la narración, tiene que ver con algo que parece una propensión de la ficción reciente. Siguiendo la estela de Santana López (Glee) y Tara Thornton (True Blood), Nancy se ha pasado a la otra acera. Puede que fuese un mero apaño temporal, y que seguramente ese cambio de estado no tenga nada de definitivo, pero efectivamente, se nos ha enseñado, con todo, que Lady Botwin tuvo un idilio con su compañera de celda. También que, por supuesto, no podíamos infravalorar tanto a nuestra protagonista pensando que saldría del presidio sin un plan, que se nos sugiere en la siempre original cabecera de turno, y cuyos instrumentos, inofensivos, le proporciona su supuesta amante en el momento de abandonar la celda. Un plan que toma un dirección inesperada, metiéndose en un terreno que la serie no había tocado hasta ahora (que ya tiene tela), y en un peligro todavía mayor. Nancy está más en la cuerda floja (judicial) que nunca, y aún así, no puede parar. Como decía el amigo Sawyer (Lost), “un tigre nunca cambia sus rayas”. La redención muchas veces no es más que una ilusión, un estado mental.
Mientras tanto, en Copenaghe, los hombres sobreviven con empleos de lo más variopinto. Lo importante es que, por fin se constituye el equipo masculino (“los cuatro magníficos”, se les podría llamar), completamente independizado, ya sin influencia de madres, esposas, novias, o lo que sea. Además, como bien nos adelantó Jenji Kohan, no sólo han aprendido a desprenderse de la sombra de Nancy, sino que incluso parecen no querer saber más de ella, a rebelarse contra su figura, autoritaria a su particular manera. Pero pese a todo, siempre quedará Shane, el inconfesable favorito de su mamá, y su réplica más pura, que emprende, sin dudarlo, la misión del reencuentro, nada más conocer de la liberación, de manos, precisamente, de la tía Jill, el primer contacto de Nancy (y único pretendido) como mujer “libre” otra vez.
El ya-no-tan-pequeño psicópata arrastra para el viaje a su tío Andy, que aún así y todo no puede evitar dejarse llevar por el amor (conocido) a su familia y la atracción (oculta) por su cuñada, y al bueno de Doug, cuyo entrañable patetismo sigue resultando hilarante, incluso en pequeñas dosis. Con quien no cuenta es con Silas, que aparte de estar labrándose una exitosa carrera de modelo publicitario, el descubrimiento de la auténtica identidad de su padre le ha distanciado definitivamente de la matriarca, en la que parece haber dejado de creer completamente. Eso sí, ¿alguien duda que se acabará incorporando a la comitiva de regreso? Hasta cuando su separación de la familia parecía más decidida que nunca, en la pasada season finale, todos sabemos cómo continuó la historia. Y esto no es reiterar sobre lo mismo, es reforzar un personaje y su vínculos.
La verdad que el capítulo ha sabido a poco, no por falta de calidad ni de chicha, no, sino porque después de tres años, hay mucho que contar, muchos huecos que descubrir, que obviamente, no caben en 25 escasos minutos. Quizás tendrían que haber hecho lo que otras series (sobre todo debutantes), y emitir una doble entrega a modo de season premiere, puesto que un episodio de doble duración no encajaría demasiado con el formato de la serie. Pero bueno, toca esperar una semana.
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