EL FORMATO SOBREPASA A LOS PERSONAJES – MISFITS
Esa maldición que, según la leyenda, asola a todo pareja al alcanzar el séptimo año de relación, tiene su equivalente en la ficción seriada británica en sus terceras temporadas, tras haberlo dado (casi) todo en sus dos primeros años y continuar la estela del éxito, si este ha llegado. O como se dice en jerga crítica desde hace tiempo, tras las dos primeras hornadas se suele “saltar el tiburón”. Algo a lo que se saben especialmente susceptibles las series británicas, muy acotadas temática, espacial y temporalmente.
El producto, en tercera temporada, que ahora nos ocupa, Misftis, añade además el desafío inherente de toda serie de argumento y reparto adolescente, con ese modelo cercano de renovación cíclica del abanico de personajes que es Skins. La criatura de Howard Overman sostenía por completo estas dos características coyunturales (británica y adolescente), pero al mismo tiempo, lograba desmarcarse notablemente de estas, en la medida de la primacía de su quinteto original de personajes genuinos e irrepetibles sobre el formato, el marco de desarrollo del concepto, de la premisa inicial. No obstante, como la mayoría de series de culto, cuenta con un componente de maldición externa que se ha agravado hasta un punto en el que conviene replanteárselo todo: la permanencia de este reparto, tan unido en los inicios, tiene casi la misma fiabilidad que la duración de los trabajadores sociales dentro de la historia. Ahora sí que no quedará otra que adoptar la fórmula del relevo generacional, de volverse 100% británica y adolescente en cuanto al planteamiento global, por mucho que preserve sus rasgos más distintivos y caracterizadores.
Esta temporada partía con una inesperada, aunque contundente desventaja: la salida de su intérprete/personaje más carismático, algo que empezó a alimentar sobremanera el escepticismo en torno al devenir de la ficción. Sin embargo, la baja de Nathan (Robert Sheehan), aunque dolorosa, se acabó solventando con eficacia, como bien se intuía en los primeros episodios y así se acabó confirmando. Rudy no es ni nunca será Nathan, aunque quizás nunca ha sido esa su verdadera intención. La carga soez se vuelve más despreciable, por su propia naturaleza, más gruesa y con un rostro a todas luces más envejecido. Pero han sido prudentes en apartarlo de ese puesto de liderazgo espiritual que ostentaba su antecesor, y de esta manera, desde una segunda línea (aunque la serie sea eminentemente coral) y casi siempre con el humor, grueso y sui generis, por bandera, han conseguido desarrollar empatía positiva entorno al “nuevo” a la par que una integración homogénea con los veteranos. Ahora el problema se intuye mucho más insalvable, ya no sólo por que sean dos los que se bajan de la nave, sino porque estos constituían hasta ahora, por activa y por pasiva, el esqueleto, emocional y estructural, de la serie.
Sólo un día después de la season finale, Antonia Thomas (Alisha) anunciaba en Twitter su despedida de la serie. Al día siguiente, Iwan Rheon (Simon) hacía lo propio en Facebook. La escabechina y consecuente vuelco de situación del último episodio no fue para abrir una línea temporal paralela, alternativa, al más puro estilo Lost, sino para despedir, de la manera más románticamente trágica, una de las mejores historias de amor televisivas de los últimos años, la Lady Halcón de la era digital. Él, auténtico héroe, que en la temporada de su eclosión definitiva ha quedado finalmente atrapado en su propia tragedia griega, en un bucle temporal infinito entre su yo-presente y su yo-futuro próximo, única manera de contrarrestar el cíclico destino infausto de ella, su musa a la vez que su Penélope particular, causa y efecto de sus acciones. Un desarrollo en bucle que recuerda a las constantes misiones de Link, el elegido en la aclamada saga de videojuegos The legend of Zelda, para salvar a la princesa del título o al mundo entero si se precia.
Esta trama, troncal desde la segunda temporada, cristalizó por completo en su capítulo céntrico (desde el año pasado, el centralismo episódico de uno afecta al otro por reciprocidad), para luego estancarse, quedar de lado, disolverse, justo cuando le tocaba pasar al siguiente nivel y convertirse en la trama maestra de la temporada, esa que este año ha brillado por su ausencia, y de ahí probablemente la cojera narrativa del conjunto en horizonte. Únicamente se ha rescatado, a última hora, para solventar, en el universo diegético, la marcha de ambos actores. A los amantes de estos Romeo y Julieta posmodernos, sólo nos queda la esperanza de rescate en un hipotético multiverso con el remake estadounidense de la serie, en el que ya trabajan el propio Overman junto a Josh Schwartz (O.C., Chuck, Gossip girl), el único aliciente (y repito, rematadamente hipotético) que, al menos yo, a nivel personal, le puedo ver a un reciclaje que no parece que vaya a aportar nada.
Cuando menos, existe algo que podemos dar por descontado y que, por tanto, debe ser clave a la hora de pensar en lo que podremos esperar o no en el futuro. Entre nazis, zombies y fantasmas han dejado claro al grupo (y al espectador) lo peligroso y contraproducente que es desterrar el pasado, especialmente ese último episodio en el que los muertos regresan temporalmente a superar sus asuntos pendientes (acarreando de paso las consecuencias fatales exigidas por la coyuntura de la producción). Por tanto, podemos dar por sentado (y si no va a ser así, estaríamos hablando casi de un insulto a las reglas, internas y externas, de la coherencia narrativa) que ahora sólo queda tirar para adelante, sin poder sobrenatural que valga. Y como ya hemos afirmado, a principio de temporada, lo imprescindible y sine qua non del mono naranja como símbolo constitutivo del relato, la renovación generacional (que en la season premiere se encargaron ellos mismos de fulminar nada más empezar, a excepción del “nuevo”) se vuelve inevitable.
Curtis, el personaje con menos carisma de la serie, parece el destinado a tomar el testigo, como atleta que es, lo que de primeras no apasiona demasiado. Parece más interesante preguntarse dónde deja esta nueva situación a Kelly, quien más ha crecido este año, y que entre posesiones comatosas y luchas antinazis ha encontrado la estabilidad sentimental (resultando fallida en la confrontación su larga y eficaz TSNR con Nathan), con un sujeto de fuera, el otro nuevo de la temporada, y única integración externa permanente y estable en el grupo, hasta ahora: Seth, el traficante de poderes responsable del cambio del mapa a finales del segundo volumen. Su presencia justifica que los peores efectos de los poderes en las tramas episódicas de esta hornada hayan provenido de usuarios externos, algo que a la vez refleja la pérdida de esencia de la serie en el dilema en el uso o no uso de estas habilidades, con unas nuevas (interrogante del cambio de temporada, finalmente insignificante), que salvo en el caso de Curtis, de vertiente primordialmente cómica y poco constructiva hacia el marco general de la serie, se han quedado en el mero detalle. ¿Se podría extraer como conclusión una mayor humanización de los protagonistas fruto de la relativización de sus poderes? Podría ser, aunque nunca ha parecido ser esa la intención ni mucho menos el relato se ha desarrollado de esa manera.
El desafío, a la par que motivación para seguir viéndola (la decepción flota en el aire, tras partir con una considerable desventaja tras la pérdida del muy querido Nathan), será comprobar su capacidad de regeneración estructural y nuclear, su “deserialización” en aras de una mutación a ficción generacional, adolescente, preservando ese enfoque de género. Y en esta dirección, el enigma de la integración de Curtis, Kelly, Rudy y (esperemos que) Seth en este más que probable nuevo marco, que con seguridad no ha sido fruto de la voluntad de los creadores, sino consecuencia de unas circunstancias de producción muy desfavorables, que se les han juntado como a quien le vienen las desgracias todas de golpe. Menos mal que han logrado preservar esos ramalazos puntuales de genio e hilaridad, y entre gatos zombies, masturbaciones hermafroditas y chonis en versión cockney cargándose a Hitler, se disfrutan bastante bien unas temporadas módicas y sucintas.
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