DIARIO DE UN NÁUFRAGO - 'LA VIDA DE PI', de Ang Lee
LA VIDA DE PI - Life of Pi (2012) de Ang Lee
La Odisea de Homero ponía a merced de los incrédulos la multiplicidad enseñadora de un cierto tipo de poesía mitológica que pretendía combinar la inmortalidad de las leyendas, con la exaltación de atributos propios de los hombres. Ulises representaba la valentía del superviviente capaz de solventar cualquier tipo de adversidad u obstáculo gracias a una fe inconmensurable por encontrarse con los suyos. El héroe nunca dejaba de avistar Ítaca en el horizonte porque creía en la esperanza de volver junto a Penélope: Ulises tenía algo por lo que sobrevivir. La moraleja homérica seguirá vigente hasta el final de los días: no puede haber tiempo ni lugar, creencia o filosofía, que destruya el mensaje y la fantasía de la epopeya más grande jamás escrita.
De cosas imposibles y supervivencia habla La vida de Pi, laboriosísima adaptación del libro de Yann Martel. Dicen que no ha sido tarea fácil llevar al cine una novela balsámica, profundamente religiosa, y de difícil plasmación técnica. Pudo haber caído en manos de Shyamalan, lo cual hubiera sido una gran idea, dada la espiritualidad y arraigo hinduista que rezuma el best seller de Martel (muy cercanos ambos a la propia filosofía del director de La joven del agua), pero la elección final de Ang Lee, lejos de ser mala, encoge al compararse con ese carácter lírico-emotivo que Shyamalan (siempre de forma hipotética), hubiera potenciado. Por alguna razón que desconozco, La vida de Pi, siendo espectacular y poco menos que deslumbrante, deja un cierto sabor amargo. Tampoco es que sea molesto, y es injusto echarle culpa al transparente arte de un realizador polifacético que vuelca oficio y respeto en cada película.
La verdad es que si echamos un vistazo a la filmografía del taiwanés, veremos como abundan los trabajos interesantes (no suele cagarla). Se toma sus películas igual de serio vayan de vaqueros gays (Brokeback Mountain), dramas victorianos (Sentido y sensibilidad), artes marciales (Tigre y dragón), o gigantes verdes con mala leche (Hulk). Con esto sobre el papel, el resultado del Pi de Lee es de una hermosura tridimensional eléctrica, de no despegar el ojo de la pantalla, que entretiene y viste. Por esa parte, la bioluminiscencia de orfebrería visual, hay garantías suficientes como para apoquinar los 10 pavos de la entrada y dedicarle un ratito de nuestro tiempo.
Por otra parte, La vida de Pi emociona lo justo, y esto acarrea serias dificultades de fe; no es que me molesten las tintas religiosas o sermoneadoras con las cuales contábamos de antemano, sino que Lee, en el noble empeño de achicar lágrimas y evitar blandenguería, pierde garra y sensibilidad emocional. Uno de los mayores problemas es el de narrar la historia en primera persona: cuando esto ocurre, a uno se le quitan las ganas de implicarse; a lo mejor es una tontería, pero acaba siendo una losa jodida de digerir. Menos mal que no dura toda la película y a partir del hundimiento del barco empezamos a vivir la experiencia al lado de Pi y no a través de sus recuerdos. Es el punto de inflexión de una cinta que, hasta entonces, parece desganada y cansina, y que luego es desbordante e inmersiva.
La publicidad no ayuda mucho a que ciertos papás despistados lleven a sus chiquillos al cine pensando en que van a ver una nueva entrega de Narnia. Estos dirán que es lo mismo, sólo cambiamos a un león melenudo por un tigre de bengala y tan contentos. Craso error, pues la paciencia no es una virtud propia de la niñez, y aunque Pi sea una cinta modélica en enseñanzas, y apta para todo tipo de público, no debería entrar en el saco de las paliduchas fantasías para multisalas. En ningún momento el tigre (Richard Parker) pierde la condición de animal feroz, o bestia depredadora. La imponente figura del animal salvaje mantiene alerta a Pi e intensifica su lucha por sobrevivir, un detalle fundamental para entender por qué logra aguantar las inclemencias devastadoras del naufragio. Por eso, las escenas entre ambos resumen mejor que nada el trasfondo de convivencia y resistencia que subyace en el texto. El tema religioso es tratado por Lee con suma elegancia; a lo mejor en Martel (no lo he leído) es engorroso, pero Ang Lee procura pasar por todas las religiones de puntillas centrando la atención del espectador en las creencias personales de cada uno y, sobre todo, cuidando la posibilidad agnóstica de un final abierto a la (inesperada) ambigüedad mística.
La vida de Pi gustará por la potentísima factura de unas imágenes nacidas para el impacto 3D, pero si les soy sincero, está a años luz de ser un título imprescindible. Robert Zemeckis ya probó suerte con Náufrago, pero Homero lo contó mucho mejor hace ya más de doce siglos de historia.
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