DROPKICK MURPHYS – I'M SHIPPING UP TO BOSTON / BSO de ‘INFILTRADOS’ (2006) de Martin Scorsese
Después de tantos años, tuvo que ser un eléctrico y más que notable thriller, adaptación (discutiblemente) libre de un film hongkonés reciente, y trasladado no a su amada Nueva York sino a la vecina Boston, el que le valiese el ansiado Oscar a Martin Scorsese, uno de los mayores cineastas de todos los tiempos sin ninguna discusión.
Como tantos otros creadores que se saben testigos de un tiempo y de un lugar determinados, el director italoamericano siempre ha impregnado sus películas, la que más y la que menos, con la cultura popular que vivió y sigue viviendo, algo que se refleja, sobre todo, en sus elecciones musicales. Más que conocido es su gusto por clásicos indispensables como los Rolling o los Beatles, lo que le llevó a dirigir sendos documentales sobre las bandas en los últimos años (en el caso de los últimos, centrado más bien en uno de sus miembros, George Harrison), así como su gran amistad con Robbie Robertson, líder de la extinta The Band, cuyo concierto de despedida, asimismo, "Marty", como se le llama familiarmente al cineasta, convirtió a finales de los '70 en El último vals, Documental Musical, con mayúsculas, capaz de reunir a toda una generación de músicos irrepetible. Es más, Robertson es consultor habitual de Scorsese a la hora de configurar las bandas sonoras, y la película que ocupa este artículo no es excepción.
Pese a contar con un compositor de la talla de Howard Shore, capaz de crear un ecléctico, magnético e ilustrativo hilo musical, desde Cops or criminals hasta The Departed tango, tocaba ponerse manos a la obra para dotar de identidad propio un relato que en principio carecía de ella, al haber sido ya contado, y más específicamente, cambiar el ambiente italoamericano de Nueva York de muchas de sus películas por el microcosmos de ascendencia irlandesa que correspondía a un escenario tan genuinamente "paddy" como Boston. Y entonces llegó al cineasta una potente pieza de punk celta, con un poema de Woody Guthrie como letra, obra y gracia de una banda de los alrededores, los Dropkick Murphys.
Su carácter es tan pegadizo y su uso en la película tan significativo y puntual que, pese a la notable partitura de Shore, los temas de los Rolling (la película se abre con Gimme' shelter), los Beach Boys, Allman Brothers Band, Patsy Cline y hasta el sonido de aquel legendario Comfortably numb en directo desde el muro de Berlín (que vio tocar juntos para la ocasión a Roger Waters, Van Morrison y The Band, reunida para la ocasión), etc., quedó como la principal identidad musical de la película, hasta el punto de que resulta casi imposible escuchar esos acordes de guitarra y gaita sin pensar en los duelos de poder y doble juego de un envidiable elenco de actores, en estado de gracia todos ellos (con la excepción, tengo que decirlo, de Matt Damon). Ni siquiera logra eclipsar a los Murphys una segunda versión de Sweet dreams (of you) (la de Patsy Cline también suena), acústica, obra del bluesman Roy Buchanan, que ilustra el controvertido pero inolvidable plano final, guinda (o ruina, según se vea) de un frenético y nada remilgado desenlace.
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