ZOMBI ERRANTE - HOMELAND
El año pasado a estas alturas, al final de la tercera temporada de la efímera "joya de la corona" de Showtime, me preguntaba qué pasaría con la serie tras haber agotado esta su ciclo dramático natural, y confirmaba mis peores presagios en octubre, con el inicio de la cuarta temporada de la misma, o más bien, del primer volumen de "la serie que sucedió a Homeland pero no es Homeland aunque se siga titulando Homeland". No sólo nos ha cambiado a nuestro niño sino que además le han hecho acentuar sus peores defectos.
Brillante adaptación de un formato israelí en sus inicios, que recogía los mejores posos de dos intrigas tan antitéticas como Rubicon (conspiración a fuego lento) y 24 (acción operacional a flor de piel), además de beber de referentes cinematográficos de la talla de La conversación de Coppola o La vida de los otros, ya ha perdido cualquier tipo de conexión estética con la one season wonder de la AMC, más allá de lo puramente temático, y se recrea en los peores vicios de la serie de Jack Bauer. Ahora recuerda más bien, y lo digo completamente en serio, al infame devenir de Prison break a partir de la recta final de su segunda temporada (haciéndonos coquetear incluso, por unos minutos, con toda una "resurrección" a lo Sara Tancredi). O lo que es lo mismo, una idea fantástica y un desarrollo bien calculado y milimetrado que se empezó a ir al garete en cuanto fallan en el último paso que debe asumir cualquier relato que se precie: saber terminar en el momento justo.
Los repentinos y abruptos giros de guión, entre operativos que parecen planeados en un patio de recreo y solucionados de modo más que chapucero e inverosímil, y cambios radicales y absurdos de motivación de los personajes principales como si de ropa interior se tratase, no sólo no hacen justicia sino que mancillan la tan aclamada tradición de calidad narrativa de los dramas del cable. Homeland ha vendido su alma al "diablo" de la manera de hacer televisión de las generalistas, en el peor sentido del término, hasta en duración si nos ponemos (algunos de los episodios duran 45 minutos, que se acercan más al formato de las cadenas en abierto que al del cable premium). Además, lo que diferenciaba a esta del resto de series de espionaje internacional, esa trama sentimental que pronto se convirtió en la columna vertebral del relato, y cortada de cuajo en la pasada season finale, se intenta ahora sustituir por un sucedáneo muy poco creíble y excesivamente vacilante.
Estamos ante una serie zombi, sin espinazo, que deambula con cierta fluidez gracias a los bien trabajados momentos de tensión y a una terna actoral (Claire Danes, Mandy Patinkin y Rupert Friend) que mantiene a duras penas el listón, sobre todo una Danes algo más contenida que sigue demostrando, pese a todo, lo enorme actriz que es. Qué pena que tengamos más Peter Quinn (Friend) en estas circunstancias. El zombi camina errante y seguirá vagando al menos una temporada más, pues la serie, con todo, se puede seguir disfrutando, pero para ello hay que cambiar el chip con el que afronta su visionado. Un chip que no emana de ningún tipo de predisposición prejuiciosa, sino de lo que ofrecía la serie en sus inicios, admirada por el mundo entero, y lo que ofrece ahora, que no tiene nada que ver. Ahora tenéis un relato de espionaje internacional y conspiraciones geopolíticas de tres al cuarto, que entretiene y hace pasar el rato, pero nada más, con personajes que otrora protagonizaban una gran serie, digna de mención en los libros de historia de la televisión.
Una evolución en negativo (que no involución) que se nota sobre todo en lo que ha mutado uno de los principales avatares de la narración: el "meterse hasta la cocina", en términos de operaciones de espionaje y terrorismo, era antes una verdadera genialidad, cuando ahora ya parece uno de esos chistes malos que, de tan repetidos, pierden la poca gracia que podrían tener.