MI OSO SE HACE MAYOR – ‘TED 2’, de Seth MacFarlane
TED 2 (2015) de Seth MacFarlane
Más de lo mismo. Que ya es bastante… o no. La vena y sensibilidad cómica de cada cual es tan personal e intransferible que resulta muy aventurado discernir si una propuesta humorística da o no en el clavo con respecto al posicionamiento elegido. Pero lo cierto es que, desde un punto de vista sincero de un amante, reconocido (pero con la oportuna prudencia) del humor negro y lo más políticamente incorrecto posible, MacFarlane vuelve a explotar todo su filón de mala uva y a reducir cada vez más la magnitud del tiempo en esa ecuación, tácitamente aceptada, que recitaba el personaje de Alan Alda en Delitos y faltas: comedia = tragedia + tiempo.
El seguir dejando algunos gags y momentos memorables resulta meritorio si se tiene en cuenta el agotamiento de la frescura y el factor sorpresa de la entrega original. Ahora ya no llama la atención que un oso de peluche de apariencia angelical sea deslenguado, fumeta, vacilón, cabrito y vicioso. Tocaba darle una velocidad más al humor y una vuelta de tuerca a la historia, demasiado basada en la estructura clásica de la comedia romántica en la película original y por tanto insuficiente para repetir con lo mismo.
En lo primero, como ya he dicho, MacFarlane y compañía cumplen con creces. Desde festivos pastiches de cultura popular hasta verborrea al límite de la censura y el linchamiento mediático. En lo segundo, el cambio del núcleo dramático al propio Ted le imprime un mayor desafío de verosimilitud que queda bien solventado, con una deriva hacia el género judicial que cumple y que canaliza bien un argumento autónomo, más allá del soporte para el ejercicio cómico. Ahora bien, el resultado del conjunto queda, desde luego, uno o dos peldaños por debajo de la primera, más simplona y menos ambiciosa pero más resultona al fin y al cabo. Aquí la historia se atasca por momentos y parece no saber avanzar, lo que queda maquillado por una sucesión de gags cortos, más o menos logrados.
Como puntos de mejora, un fichaje estrella y un regreso. El personaje de Amanda Seyfried aporta mucho más que el de una Mila Kunis a la que reemplaza, con rol no sólo instrumental, sino fundamental en el desarrollo de los acontecimientos, quedando su condición de objeto de deseo en un plano accidental y secundario. Y más allá de esto, paralelamente, se suma a la vis cómica del dúo protagonista, masculino y “osezno”, con los que crea una dicotomía alta cultura vs. cultura popular de hilarantes resultados. Por su parte, el una vez más villano, Giovanni Ribisi, incorpora a su ya conocida horripilancia una deriva esperpéntica que sube la apuesta humorística.
En cuanto a los cameos, de todo un poco. Un Morgan Freeman que ni fu ni fa (o sea, un tanto decepcionante), brutal Liam Neeson, John Slattery en una línea similar a Roger Sterling pero más contenida, Sam J. Jones mucho más soso que en la primera (imposible igualarlo) y Tom Brady demasiado metido con calzador. Se echó de menos, eso sí, una aparición real de Samuel L. Jackson, sería la guinda.
En resumen, como cualquier secuela de comedia que se precie, convencerá a quienes rieron a carcajadas con la primera y no vengan con excesivas expectativas, será aborrecida por aquellos a los que no les termine de entrar la flema de MacFarlane y sobre el resto... se abre el habitual limbo de lo impredecible y las opiniones encontradas.