MISMA DROGA, DISTINTA AGUJA – ‘T2: TRAINSPOTTING’, de Danny Boyle
T2: TRAINSPOTTING (2017) de Danny Boyle
Elige la vida. Elige la nostalgia. Elige a Renton, Spud y Sick Boy. Elige a Iggy, Freddie y Blondie. Elige a Boyle alucinado, alucinante, taquicárdico. Elige el cine que se consume por las venas, por la nariz, por vía anal. Elige reírte del fracaso de unos hombres que, de todos modos, ya estaban condenados a la derrota. Elige un día perfecto, la sangría en el parque, un paseo por el pasado. Elige el original. Elige celebrarlo con su secuela. Elige la frenética y desatada imperfección de Trainspotting 2.
La vuelta de uno de los universos cinematográficos más queridos e influyentes de las últimas décadas es, en sí misma, motivo suficiente para desempolvar la vieja petaca y dar un buen trago. Da igual que la secuela tenga poco que contar o que viva tan apegada a su predecesora que carezca de vida propia. T2 es un parásito de la original y poco o nada de lo que sucede en ella es realmente relevante o novedoso. Todos lucimos mejor a los veinte que a los cuarenta y la sabiduría es un triste consuelo ante la belleza. Pero hay cosas que sobreviven al paso del tiempo: las pasiones violentas, las amistades peligrosas, la necesidad de una buena sacudida a tiempo.
En 1996, Danny Boyle cogió la novela de Irvine Welsh y la trasformó en pura droga cinematográfica. En los siguientes veinte años nos ha dejado obras tan interesantes como 28 días después, 127 horas, Slumdog millionaire o la excelente Steve Jobs. Pero el buen yonqui siempre vuelve a los viejos hábitos y al director de Manchester le quedaba una última dosis que enchufarnos. Dos décadas dan para idealizar aquel sentimiento y volver a toparnos con él puede dar lugar al desencanto, pero al igual que el perro de Pavlov babeaba, a nosotros se nos dilatan las venas, porque sabemos que, aunque no sea lo que desearíamos, el viaje va a ser alucinante.
Cargada de referencias y situaciones reconocibles, T2: Trainspotting mantiene ese estilo visual que te estalla en los ojos y hace que te retuerzas de risa, de asco, de desesperación. Carece de la frescura de su predecesora y, desde luego, no aspira a ser tan rompedora como lo fue aquella, pero lo compensa con la presencia de unos Ewan McGregor, Robert Carlyle, Ewen Bremner y Jonny Lee Miller que, da la impresión, nunca abandonaron a sus personajes. Volver a escuchar sus acentos escoceses y verlos dar rienda suelta a sus instintos más bajos es un placer innegable incluso para los escépticos.
A veces, pocas, no importa tanto lo que se cuenta como el hecho mismo de que te lo cuenten. Como reencontrarte con un viejo amigo que, tras veinte años, no tiene nada nuevo que decir pero te alegra con su sola presencia. Trainspotting 2 es, de todos los reencuentros posibles, el más chillón, bárbaro y exaltado posible. Una oda a la buena mala vida.