¿CUÁL ES EL VERDADERO PRECIO DEL PODER? - EL LOBISTA
Con estreno simultáneo en el canal Trece y en la señal de cable TNT, mientras que la plataforma local Cablevisión Flow puso a disposición todos los capítulos de la miniserie, El lobista desembarcó en el medio televisivo argentino y su aparición no deja indiferente a nadie. La serie escrita por Patricio Vega (Los simuladores, Hermanos y detectives, entre otros productos) nos cuenta la historia de un hombre capaz de ser lo suficientemente miserable tramando planes para su propio beneficio económico y dispuesto a todo con tal de concretar sus sucios negocios.
Sin miramientos a la hora de tomar la escalera que lo llevará directo al éxito, la impunidad es una característica que se percibe como natural y corriente en su proceder diario. Con astucia y soltura, se mueve sagaz en salones de tribunales, en despachos políticos y en pasillos de multimedios. De todo aprieto parece salir indemne. En clave de thriller político que se influencia de notables exponentes del género, la miniserie combina una interesante gama de virtudes que dan cuenta de una impecable factura técnica, un guión sólido y unas actuaciones descollantes. A lo largo de sus diez episodios, el espectador se sorprenderá con una propuesta ambiciosa, que desnuda las miserias del poder con un tono realista y atrapante, poniendo en jaque al poder político y cuestionando el rol que juegan los medios masivos de comunicación.
“Algunos dicen que el dinero no tiene ideología. Se equivocan garrafalmente. Todos los que nos dedicamos a ganar dinero tenemos la misma ideología: nunca es suficiente”.
Así se presenta Matías Franco, quien se autodefine como un facilitador de negocios. El personaje de Rodrigo de la Serna genera indudable simpatía en el espectador, más allá de sus cuestionables principios éticos. La identificación se explica en la dosis de humanidad que posee su personaje y en el enorme carisma que posee su intérprete. El devenir de su personaje será la brújula que guíe la historia: cuanto más involucrado esté en los turbios negocios de los que decide formar parte, más nefasta parece la suerte que le caerá en gracia.
Cierto que el mencionado lobista es capaz de las más miserables conductas con tal de recibir dinero a cambio, pero también es cierto que su cinismo, egocentrismo y sangre fría lo llevan a ver la vida con un pragmatismo tal que lo convierte en un astuto calculador de montañas de dinero. No obstante, detrás de esa fachada materialista, hay algo más que llega a conmover su existencia y se percibe un ser sensible, cuya vida sentimental empieza a chocar de frente con la realidad que ese oscuro mundo transita. Sucede que los valores morales que manejan los negocios acaban por no condecir con las verdades que dicta el corazón. Sin embargo, y no del todo dispuesto a cambiar sus métodos, sus convicciones parecen afectar a todo lo que le rodea, inclusive sus vínculos, amenazando con destruir los pocos lazos afectivos que se sostienen a su alrededor.
Un gran reparto
Darío Grandinetti, en otro papel memorable, da vida al pastor Elián Ospina, un contundente engranaje de la maquinaria del poder, de pasado delictivo, es una personalidad psicópata, manipuladora y peligrosa. De apariencia parsimoniosa, oculta su turbio proceder como alma mater de la Iglesia de la Sagrada Revelación, una orden religiosa corrupta que se financia a través de la estafa de sus fieles. De bienvenido regreso a la televisión nacional, el destacado intérprete concibe un villano con intenso magnetismo gracias a un trabajo gestual destacable.
Luis Machín, en otra de las brillantes composiciones que acostumbra a regalarnos, encarna una especie de escudero de Ospina. Su rol es un hallazgo dentro de una serie que dejará para el recuerdo personajes antológicos: aquí tenemos a un siniestro alter ego del personaje que interpreta Grandinetti (el espectador luego adivinará de dónde viene esta presencia que va más allá de lo corpóreo) dispuesto a colocar líneas de diálogo filosas y humor negro sin desperdicio, listo para hacer su aparición cada vez que el diablo mete la cola.
Alberto Ajaka (la revelación de Guapas, que le valió un Martín Fierro) confirma su enorme talento camaleónico, para hacer gala de un personaje a su medida. Dueño de un presente actoral brillante, se confirma como uno de los grandes intérpretes de la escena nacional, poniéndose en la piel de otra figura excluyente de la serie. Aquí compone con precisión al fiscal Quinteros, un acierto dentro de la serie. Será vital el rol que cumpla este hombre, sumamente obsesivo y metódico, adicto al trabajo en igual dimensión que a Titanes en el ring y dueño de una sabiduría existencialista muy particular: resultan deliciosos los pasajes en donde entrega monólogos que son un oasis dentro de la trama.
La fuerza visual y musical
El experimentado Daniel Barone realiza una gran labor detrás de cámaras. De vasta trayectoria en el medio cinematográfico y televisivo, el director fue responsable de tiras como Verdad / Consecuencia, a finales de los noventa, y El maestro, el pasado año, pruebas de su notable vigencia.
Visualmente, El lobista exhibe una estilización que no es habitual ver en el medio televisivo (planos panorámicos, picados y contrapicados, planos secuencia, etc.), por medio de los cuales Barone captura la sordidez de los ambientes en que se inmiscuye, plagados de extorsiones, engaños, violencia e impunidad.
La banda sonora de la serie es otro hallazgo a mencionar. Durante los títulos de apertura se escucha un clásico de Riff, Mala noche, en donde la guitarra inconfundible de un icono como Pappo suena pegadiza junto a la voz grave de Michel Peyronel, baterista de la legendaria banda de metal argentino. El tema fue grabado para el disco Que sea rock (1997) y el rescate de esta joya olvidada no podría haber sido mejor: su letra resulta una salvaje alegoría de la pesadilla que vive un hombre balanceándose por el vertiginoso margen que divide la ley y el delito.
¿Un soplo de aire fresco?
"Los hechos y/o personajes del siguiente programa son ficticios, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia", aconseja la serie, antes de comenzar cada capítulo. En un país cuyos políticos y empresarios están sobrepasados de corrupción, en donde la rueda del poder es un objeto preciado que ostentan unos pocos en detrimento de muchos, la advertencia parece falaz. La serie deja en evidencia un aparato contaminado desde su cabeza operativa a sus humildes peones, piezas prescindibles de un tablero donde la trampa es ley. Cuesta pensar que la historia se trate de pura invención ficcional, en un territorio viciado de perversiones, donde la ‘transa’ espera agazapada a la vuelta de cada esquina.
Es valioso para la televisión adentrarse en estos terrenos y ofrecer productos de calidad que se animen a transitar tópicos que hacen a la realidad social y política que le atañe a su público. Si la televisión argentina apostó a gemas como Okupas, El marginal, Un gallo para Esculapio y El puntero con notable éxito, se debe no solo a la seriedad con la que están realizados éstos, sino también a la fibra social que logran tocar en el espectador. El éxito conseguido le augura una presencia indiscutida en la próxima temporada de premios y le sirvió a su productor Adrián Suar para recuperar con justicia el protagonismo perdido de Pol-ka, a mano de sus competidoras televisivas.