EL ACTO DE SINCERIDAD QUE NECESITABA UNA GENERACIÓN – ‘LA PEOR PERSONA DEL MUNDO’, de Joachim Trier

LA PEOR PERSONA DEL MUNDO - Verdens verste menneske (2021) de Joachim Trier

Si habéis nacido y/o crecido en Occidente y estáis en el rango de edad que, de manera generalmente consensuada, se asume como el más propicio para casarse y tener hijos –o al menos pensar seriamente en ello- os enfrentaréis abiertamente al ver esta película a todas esas cuestiones con las que muy probablemente os rompan la cabeza si no habéis tomado la senda que ese conjunto heterogéneo que solemos denominar como "la sociedad" admite como único camino posible, como "ley de vida", en palabras de los sujetos que conforman las generaciones precedentes.

Carrera profesional estable, vida en pareja, maternidad, lazos familiares estrechos e incorruptibles… los que no hace tanto constituían los pilares de las sociedades occidentales, lo "socialmente bien conceptualizado", están hoy cuestionados de una manera imposible de imaginar hace una o dos décadas, nos cueste más o menos admitirlo abierta y honestamente. Y precisamente la protagonista de esta heterodoxa tragicomedia romántica, candidata noruega al Oscar a la Mejor Película Internacional, reúne en su persona todos esos debates, internos y externos, todo ese compendio de dudas existenciales, cuyos críticos más simplones y superficiales se limitan a explicar en razón del egoísmo e individualismo imperante en una generación a la que le han dado todo hecho (o eso dicen). Lo cual puede valer para entender la parte, pero desde luego no el todo.

Precisamente ese individualismo, ese narcisismo, parece ser lo que mueve a Julie (una brillante Renate Reinsve, premiada en Cannes con todo merecimiento) a tomar decisiones trascendentales a partir de impulsos momentáneos, de estados de ánimo que alcanzan su particular pico, sin meditar las posibles consecuencias para sí misma y, sobre todo, para las personas de su entorno afectivo más inmediato (la elección del título no es una mera figura retórica). Pero, a poco que la película va dejando entrever sus sucesivas capas de significado, tanto en lo explícito como en lo implícito, vemos que esas decisiones repentinas no son meros arrebatos instintivos e irracionales, sino el resultado de un malestar emocional creciente, cuyas causas, más o menos legítimas, no se podrían desarrollar tan fácilmente en un hilo de Twitter ni en una columna de opinión de un periódico.

La marcada estructura episódica del relato ayuda muy bien a distinguir los momentos clave en la particular montaña rusa emocional de la protagonista, que alcanza su clímax en una reveladora, a la par que hilarante, "secuencia alucinógena" en la que quedan por fin al descubierto los numerosos traumas y fantasmas que han ido conformando su personalidad y su manera de actuar. La película alterna una base general de drama intimista con desvíos hacia ligeras licencias fantásticas o la recién citada ensoñación, que tejen ese subtexto de discreta comedia negra, pero la clara primacía y constancia de lo primero es lo que acaba apelmazando en cierta medida la narración en su tercer acto. 

Al final nos deja con una cierta sensación de haberse "quedado a medias", de poder haber dado mucho más de sí. Lo que diferenciaba a esta película de los miles y miles de dramas que exploran la misma temática u otras similares eran precisamente sus lances alejados de lo convencional, de lo no esperado en un relato de este tipo y con este tono, que finalmente parecen quedar en un segundo plano ante ese tímido intento de redención final de la protagonista. Tengo la convicción de que la mejor aportación de La peor persona del mundo será el debate que alrededor de la misma y de su mensaje se puede (y se debe) generar, más que el relato en sí mismo, que aprieta pero no ahoga lo suficiente.

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