SALVAR AL SOLDADO JOEY – ‘WAR HORSE (CABALLO DE BATALLA)’, de Steven Spielberg
WAR HORSE (CABALLO DE BATALLA) de Steven Spielberg (2011)
No está de más recordar que a lo largo de 2011 Steven Spielberg sacó tiempo para estrenar dos películas con una diferencia de apenas cinco días en Estados Unidos, además de dedicarse incansablemente a la producción televisiva y a preparar el rodaje de Lincoln. El trabajo reciente del cineasta es tan hiperactivo como variado, y esta War horse (Caballo de batalla) viene a dar buena cuenta de que si bien su discurso se ha ido macerando con los años, aún quedan rescoldos que mantienen vivo su sello de autor.
Empecemos por hablar de una evidencia que no puede ser negada: War horse aparece rociada con gas lacrimógeno. Es un artefacto tan descaradamente sentimental que criticar abiertamente su capacidad de conmoción en según qué ambientes te convierte en poco menos que en un monstruo. Es Spielberg, distribuye Disney, es un drama bélico y, para colmo, la protagoniza Joey, que no es otra cosa que un diligente caballo que se merece la medalla al mérito militar mucho más que cualquiera de los soldados que lo cabalgan. Podría ser peor, como en la adaptación teatral que se hizo de esta novela de Michael Morpurgo, el caballo podría hablar y entonces la sobredosis de azúcar en la película sería tal que se correría el riesgo de conseguir el efecto diametralmente opuesto al deseado. A ratos es condenadamente ternurista, y cuando alcanza el punto de anteponer la vida del animal a la de cualquier otro ser humano, como si ese Joey viniera a ser un trasunto de Ryan en Salvar al soldado Ryan, se diría que resulta incluso irritante. Pero quizá sea esta la manera que tiene Spielberg de criticar la deshumanización de un mundo que solo se redime apelando a la más básica empatía con la naturaleza animal. Un mundo que, por otro lado, nos presenta amplificado, grandilocuente y exquisitamente estudiado al milímetro.
Puede que a Spielberg se le haya ido la mano con el edulcorante, al fin y al cabo se trata de la adaptación de un cuento juvenil y se le perdona ese maniqueísmo tan inequívocamente spielbergiano, pero no es suficiente argumento para echar por tierra el potencial de War horse, por otro lado muy infinitamente superior al de muchas de sus principales competidoras en la temporada de premios. Si el talento de Spielberg para contar historias de alto contenido emocional está fuera de toda duda a estas alturas, más lo está su virtuosismo para colocar la cámara en el lugar más indicado. La incesante unión de casualidades y hechos desafortunados que hilvanan la historia de este caballo cuyas riendas pasan de mano en mano durante la I Guerra Mundial le permite al cineasta demostrar su mejor potencial en años, al tiempo que nos recuerda que, cuando no tiene la obligación de aplacar los egos de gente como Peter Jackson, George Lucas o J.J. Abrams, muy pocos directores alcanzarían su virtuosismo al frente de una odisea bélica como esta.
Lo que convierte a War horse en una delicia para el espectador más formado es su poderosa puesta en escena, entendida –y esto se ha dicho demasiadas veces– a la manera clásica de maestros como David Lean, John Ford o Victor Fleming, y en las antípodas del horror vacui de Tintín. Por mucho que Spielberg niegue haberse inspirado en ellos tres, su dirección respira tal cinefilia que a ratos War horse, con sus cerca de tres horas de duración, se convierte en un velado homenaje a la época en la que las películas lo significaban absolutamente todo. Un guiño vintage que Spielberg asume hasta sus últimas consecuencias, llevando la épica cinematográfica a cotas bien altas en momentos y detalles de cine con mayúscula, como son la carga de la caballería, el encuentro entre dos soldados enemigos, las aspas de un molino o el desbocamiento de Joey entre las trincheras. Momentos que no serían lo mismo sin las diferentes paletas de colores que emplea Janusz Kaminsk, la partitura –a ratos excesiva– de un John Williams en plena forma o de un reparto coral en el que todos saben ocupar su lugar. Por todo ello, que el fascinante sentido visual de esta aventura bélica no se haya visto recompensado con una nominación al Oscar a la Mejor Dirección dice muy poco ya no solo en favor de la Academia, sino de cualquiera que desdeñe la excelencia clásica solo porque ya está demasiado acostumbrado a ella.
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