SERIES PARA CAMBIAR EL MUNDO - TRANSPARENT
"Muchos me preguntan si es difícil ser una directora y yo les respondo que no. La vida es muy difícil. Ser un buen compañero, una buena madre, una buena persona, eso es lo difícil. Ser una directora es jodidamente fácil. Tengo la posibilidad de hacer mis sueños realidad, lo cual es un privilegio, y además crea privilegios. Cuando coges a mujeres, personas de color, transexuales, homosexuales y los colocas en el centro de la historia, los conviertes en sujetos y no en objetos, y con ello cambias el mundo. Siempre he querido ser parte de un movimiento: por los derechos humanos, por el feminismo... Esta serie me permite plasmar mis sueños sobre judíos desagradables, queers, transexuales y convertirlos en los héroes. Debemos detener la violencia transfóbica y derrocar el patriarcado".
Con estas palabras, Jill Soloway recogía en septiembre de este año el Emmy a la mejor directora por Transparent, concretamente por el episodio de la segunda temporada, Man on the land, que conformaba un estupendo compendio de las señas de identidad de la serie: descubrimiento, transformación, feminismo y sexualidades no normativas. Competía contra obras de la inteligencia de Veep, Master of none y Silicon Valley, pero ninguna puede igualar a Transparent en libertad e importancia. La serie de Soloway es en ocasiones desagradable y con mucha frecuencia demasiado dramática para una supuesta comedia, pero su trascendencia y su voluntad por poner el foco en aquello que la sociedad prefiere ignorar la convierten en un tesoro como ningún otro en televisión.
Para quien no la haya visto, la serie de Amazon arranca con Mort Pfefferman (Jeffrey Tambor), un judío recién jubilado, anunciando a su familia que a partir de ese momento vivirá su vida como mujer, pues es como él se identifica. Sus hijos (Gaby Hoffman, Jay Duplass y Amy Landecker) y su exmujer (Judith Light) tratarán se asimilar la noticia y se enfrentarán juntos a una transición que afectará a las vidas de todos los implicados. Donde otros verían una oportunidad perfecta para el drama exacerbado o la pornografía sentimental, Transparent apuesta por llevar a cabo una radiografía honesta y sin tabúes de una familia judía acomodada de Los Angeles. No es casualidad que los trabajos anteriores de Soloway incluyan guiones para A dos metros bajo tierra y United Stated of Tara, dos series que se enfrentaron excepcionalmente a temas complicados como la familia, la religión y la muerte.
Transparent es la serie más importante en televisión. Así, sin matices. No sólo nos acerca a ese gran desconocido que es la transexualidad, también nos invita a conocernos como seres humanos, a abrir los ojos y ser valientes, a no ignorar los infinitos modos de vida posibles en contraposición con el único aceptable que la sociedad parece ofrecernos. Los guiones combinan la acidez de quien sabe que en ocasiones es necesario molestar para hacerse oír y la dulzura inevitable en el retrato de una familia cuyos integrantes navegan por el mundo a la deriva tratando de encontrar su lugar. Transparent es un un río que avanza feroz, sin detenerse, y arrastra a sus personajes en un viaje incesante en el que a veces ganan, muchas veces pierden, pero siempre evolucionan.
Soloway se ha rodeado, además, del mejor elenco en televisión. Jeffrey Tambor realiza una labor prodigiosa, tratando a Maura (antes Mort) con infinita comprensión pero ninguna autoindulgencia. Gaby Hoffman, Jay Duplass y Amy Landecker componen personajes llenos de matices, frustrados y abatidos, rematadamente solos. Y Judith Light construye una madre de avanzada edad a quien la vida ha golpeado cien veces y cien veces se ha recompuesto, que exige la atención de su familia aunque ésta le haya dado la espalda, que trata de reivindicarse una y otra vez como mujer que, a su edad, sigue imperfecta, llena de contradicciones y en desarrollo. Reto a quienquiera que lea esto a ver la versión de Light de Hands in my pocket de Alanis Morissette y no coger inmediatamente el teléfono para llamar a su madre y decirle que, yo qué sé, “everything's gonna be fine, fine, fine”.
Resulta reconfortante y hasta conmovedor ver en la televisión estadounidense actual una tímida voluntad por encarar y revisar temas que aún escuecen. Lo hace American crime, de John Ridley (guionista de 12 años de esclavitud), al abordar sin tapujos el racismo y los abusos sexuales en los institutos. Lo hizo la trilogía británica sobre la sexualidad, Banana, Cucumber y Tofu, de Russell T. Davies, hermana temática de Transparent pero muy alejada en tono. Incluso la recién llegada Better things (de Pamela Adlon y Louis C.K.) es una necesaria radiografía de la maternidad en clave de comedia. Es reconfortante y conmovedor, digo, porque en esta nueva era de la televisión (llámese tercera edad dorada, llámese overbooking de productos) ya no debería uno conformarse con obras bien hechas y entretenidas. Porque esas, para bien o para mal, las hay a miles, pero es hora de que exijamos más, de dar otro paso y empezar a emplear nuestros audiovisuales para cambiar el mundo y dar voz y rostro a los olvidados.
Pocas series existen mejor dirigidas que Transparent y casi ninguna mejor escrita. Su tercera temporada ha alcanzado cotas tan altas que termina por establecer un baremo para todas las que vendrán. El objetivo ya no es ser buena, es ser importante.