EL DÍA DE LA MARMOTA ENTRE DOS – ‘PALM SPRINGS’, de Max Barbakow

PALM SPRINGS (2020) de Max Barbakow

El título de este texto no es ningún clickbait barato, sino una referencia evidente e ineludible. Se me antoja imposible hablar de cine, comedia y un día repitiéndose ad infinitum en una misma frase sin mencionar, con carácter automático y reflejo, la mítica Atrapado en el tiempo, con Bill Murray despertándose una y otra vez en el mismo día (un día muy de perros, para ser preciso) al ritmo de I got you babe. Pero, parafraseando a Paloma San Basilio, un bucle entre dos parece mucho más que un bucle.

Eso debieron pensar Max Barbakow y el guionista Andy Siara, ambos debutantes en el largometraje, a la hora de darle la vuelta a una premisa que ya parecía más que agotada y amortizada con la película de Harold Ramis, cuya sombra resulta inevitablemente alargada. Obviando una comparación en igualdad de términos entre original y "réplica" que resultaría muy descompensada, lo cierto es que Palm Springs consigue brillar con luz propia y autosuficiente como para poder ser disfrutada sin excesivas pretensiones y sin confrontarla a cada rato con un clásico contemporáneo que todos conocemos y algunos hasta se sabrán de memoria.

Cuando son dos biorritmos distintos los que tienen que lidiar con esta anomalía espaciotemporal, la cosa cambia. Si encima la entrada en ese bucle se produce en momentos diferentes y una de las partes cuenta con bastante ventaja a la hora de saber convivir con el mismo, más todavía. Si encima le sumamos, como contexto de todo ello, la celebración de una boda ajena en la que ambos, hasta entonces desconocidos, se encuentran notablemente incómodos, pues ya tenemos los ingredientes para una comedia romántica divertida, solvente y no excesivamente tópica.

Un matrimonio es un juramento de una vida compartida hasta la eternidad que, por suerte o por desgracia, se puede revocar en cualquier momento. Pero un bucle temporal aparentemente infinito es una condena a una eternidad cíclica sin vuelta de hoja, en la que el factor del tiempo y el desgaste benefician mucho más a las dinámicas del odio que a las del amor. Quizás sea ese el mayor aliciente de la película: que el elemento "fantástico" no sea un fin en sí mismo, en torno al que encajar todo lo demás, sino precisamente el mecanismo para darle una vuelta de tuerca al esquema clásico de la comedia de enredos.

En el plano narrativo, el guión calcula de manera muy acertada sus tiempos (y repeticiones) y consigue explotar a su favor sus propias (y autoimpuestas) limitaciones espaciotemporales. Ahora bien, la mayor virtud de Palm Springs se encuentra en el factor interpretativo: Andy Samberg y Cristin Milioti derrochan química en la pantalla y son clave para sostener el ritmo y la verosimilitud de una historia, por momentos, muy marciana; mientras que las apariciones de J.K. Simmons le dan ese toque necesario de mala uva y sirven para descongestionar la trama nuclear.

En conclusión, no siempre es bueno echar para atrás una idea que se parezca demasiado a algo ya hecho y reconocido, pues los resultados a veces pueden ser muy interesantes.

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