CÓMO SCORSESE NARRARÍA EL GÜRTEL... O ALGO ASÍ - 'LA GRAN ESTAFA AMERICANA', de David O. Russell
LA GRAN ESTAFA AMERICANA - American hustle (2013) de David O. Russell
Como si se tratase de una suerte de alineación planetaria, cada nueva película de David O. Russell ofrece un discurso, o cuando menos un marco argumental, que, en el momento que llega a España, parece mimetizarse, por yuxtaposición u omisión, con algún fenómeno de primera línea mediática del país. Si el año pasado El lado bueno de las cosas (la traducción del título no podía ser más adecuada en estos términos) aterrizaba en medio del debate sobre el buenrollismo en los medios de masas, en plena resaca de una Navidad "invadida", por si fuera poco, por el controvertido anuncio de Campofrío de turno, ahora nos llega una historia completamente diferente, con la alta corrupción como protagonista,... tras un 2013 que contaba a Bárcenas, Urdangarín e Infanta, los EREs andaluces y el "narcopresidente" entre sus trending topics... entre muchos otros.
Reflexiones circunstanciales y extracinematográficas aparte, no se puede negar que el cineasta se encuentra en el momento más dulce de su carrera, al menos en cuanto a lo que reconocimiento académico y crítico y bombo mediático se refiere. El otrora director de culto, hijo predilecto de Sundance, se ha convertido en una de las nuevas "vacas sagradas" de Hollywood. En este escenario, el debate sobre su estilo y sobre su condición de "autor" se vuelve árido al presenciar semejante giro en su forma de hacer cine que se percibe ya en las primeras secuencias de La gran estafa americana (otra traducción para el saco de las inoportunas, y constante, externa, de la filmografía de O. Russell). Un desvío que enseguida evocará a un clásico moderno indispensable, un veterano en plena forma como Martin Scorsese, curiosamente, competidor suyo en esta temporada de premios.
Esto se percibe en un nivel más inmediato en la propia naturaleza argumental de la película, la corrupción y el crimen en las altas esferas institucionales y económicas, con trepismo y traición para dar y tomar. Ya una vez entrados en la narración, componentes estilísticos y estéticos dan cuenta de una clara influencia scorsesiana a la hora de tratar un material que podría haber venido como anillo al dedo al veterano realizador: aceleraciones argumentales, realce de determinadas escenas con miradas y silencios remarcados, glamour en el retrato exterior de los criminales,... así como la selección musical, muy en la línea de Marty, y lo mejor de la contextualización de la época junto a un excelente trabajo de vestuario y peluquería, que nos llevan de vuelta a los setenta.
Por otro lado, O. Russell mantiene su propia marca personal, especialmente en lo que mejor se le da sin ninguna duda: la dirección de actores, cuya integración en el conjunto se traduce en la notable autonomía de los personajes y sus respectivas líneas dramáticas, individuales o cruzadas, sobre la trama principal, pues, a diferencia de El lado bueno de las cosas, donde los personajes son la trama, aquí es la fuera del cauce argumental central donde unos ricos e interesantes personajes encuentran sus mejores momentos. Lo que también quiere decir que la historia troncal pierde fuerza y fuelle inevitablemente, así el intenso y calculado desenlace (talón de Aquiles de El lado bueno de las cosas) no sabe a tanto como debería en un relato de este tipo; y que finalmente, por tanto, existan insalvables distancias con el cine scorsesiano.
Dada esta dualidad, no necesariamente negativa pero tampoco positiva per se, es en el desarrollo de los personajes y sus relaciones internas donde se sitúa el verdadero fuerte de la película. Un baile de personajes, sin embargo, al que el veredicto final de la temporada de premios puede inducir a una lectura incorrecta... y por tanto injusta. Debemos diferenciar lo que son momentos de especial lucimiento, aprovechados de manera sobresaliente, de lo que es una construcción de personaje sensacional, si bien esta permanece en segundo plano sensorial ante el poder de la secuencia. De entre sus cuatro actores principales, Christian Bale será posiblemente quienes menos focos atraiga, cuando es claramente el que mejor construye el personaje por sí solo, no tanto por dicotomía y química con los otros. Quedarán más grabados para la posteridad los arranques de genio de Bradley Cooper o Jennifer Lawrence (de ídolo juvenil a "novia de América" en cero coma), la femme fatale renovada que encarna Amy Adams (la que mejor solventa el doble juego que requieren personaje de esta naturaleza), la magnética tensión sexual entre Adams y Cooper o las épicas miradas de arpía entre Lawrence y Adams.
En cambio Bale, con menos espacio para el lucimiento puntual, edifica con maestría un cretino acomplejado y enfermizo, al que sólo el fraude y el engaño lo han podido sacar de una vida condenada al recinto de los perdedores, desde una primerísima escena en la cual los esfuerzos por disimular su avanzada calvicie constituyen la metáfora perfecta del personaje que nos vamos a encontrar. Sus fantasmas interiores, nunca explícitos, marcan claramente varias de las claves que definen el marco relacional de los personajes: son los que lo hacen permanecer en un matrimonio tóxico y destructivo y no defender a capa y espada, hasta que no queda más remedio, su relación con la mujer que realmente lo llena erótica y pasionalmente. Ya a otro nivel, merece mención un Jeremy Renner en su salsa como político italoamericano corrupto (Nueva Jersey, Atlantic City, ¿qué se puede esperar sino?), o el cómico Louis C.K. reconvertido en la némesis interna de Bradley Cooper; amén de un envidiable elenco de cameos salidos, por no variar, de la escuela scorsesiana (Shea Whigham, el mismísimo Robert de Niro o un Jack Huston al que cuesta reconocer con la cara entera).
David O. Russell progresa como director, en plena exploración estilística (encontramos hasta un "plano Tarantino", desde un maletero), pero se atasca un tanto como guionista. Su gran momento le hará recibir decenas de encargos, a la vez que lo tendrá cada vez más fácil para sacar sus proyectos adelante. Ahora habrá que ver qué tipo de cineasta quiere seguir siendo.
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