MENOS POR MENOS ES MÁS – 'EL LADO BUENO DE LAS COSAS', de David O. Russell
EL LADO BUENO DE LAS COSAS – Silver linings playbook (2012) de David O. Russell
Puede parecer sospechoso, o lo que sería peor, propagandista e tendencioso, hacer una película que invite, desde el mismo título, a ver el lado positivo de las cosas en estos tiempos que corren. Muchos pensaréis ahora en ese tan controvertido anuncio de Campofrío, en la pasada campaña navideña, el cual vino además aderezado con tintes de orgullo nacional, entre la caspa del costumbrismo más básico y el grito harto de los desheredados; para unos, una maniobra panfletaria del sistema que nos ha exprimido y para otros una llamada a despojarse de ese histórico sambenito del complejo de inferioridad. Pero la historia que nos ocupa va completamente por otra dirección, anónima, íntima (y persoal), también algo minimalista, donde la grandilocuencia colectiva (esa que reclama la comunicación publicitaria) contrasta con su núcleo semántico, el descubrimiento de esas pequeñas cosas que nos puedan llevar a la felicidad, ese vellocino de oro que todos perseguimos aunque a veces finjamos tirar la toalla.
Esta adaptación de la novela de Matthew Quick es otra cosa, al igual que los “silver linings” del título original no son lo mismo que reza su traducción, sino mucho más. Y no se debe valorar dentro del contexto actual ni de cualquier otro, precisamente porque este relato sobre la condición humana y la superación de los fantasmas interiories se vuelve atemporal y universal a poco que nos adentramos en la historia particular de los personajes que la protagonizan. La narración camina por na senda que empieza más bien como un constructivo y sincero “un clavo quita otro clavo” (maniobra más balsámica y redentora de lo que su simplicidad de planteamiento sugiere) a un más profundo, aunque intrincado, “menos por menos es más”, toda una lección de vida, de salir adelante. Porque a veces dos polos negativos, dos trenes descarrilados, pueden ser, juntos, el mejor camino hacia la luz. Un intenso e emocionante recorrido de redención emocional a través del amor inesperado y del apoyo mutuo, que queda lastrado a última hora por una resolución demasiado vaga y facilona, tópica y muy poco trabajada, muy por debajo de la altura a la que se encontraba la película hasta ese momento. Al contrario de lo que suele ser habitual, aquí diez o quince minutos más de metraje no sólo no harían daño sino que, hasta cierto punto, resultaban necesarios. La verdad, una pena, sobre todo cuando venimos de un clímax emocional de una magnética y cautivadora calidad compositiva y de tempo, como culmen de una narración en crescendo continuo y armónico desde el minuto uno.
David O. Russell demuestra una vez más su excelente valía como dialoguista e y su versatilidad en la dirección: tanto llevaba con acierto y buen pulso los enfrentamientos en el ring en The fighter como ahora se sabe solvente en otro tipo de ring, el del baile, a la vez una auténtica metáfora, que en su belleza estética (reforzada por una soberbia química entre los muy compenetrados Jennifer Lawrence y Bradley Cooper) contiene un intenso subtexto significativo, ya que la verdadera danza que sentimos no es otra que la de las emociones humanas, entre dos animales heridos, apaleados por la vida. Sensacional por tanto la dirección de actores, otro fuerte del cineasta desde sus inicios, en esa escuela sobresaliente que es Sundance, convertida en una tendencia cada vez más visible y reconocida, de la que Russel sigue siendo uno de los mayores exponentes. Bradley Cooper está ante el mejor papel de su carrera hasta el momento, en perfecta tensión sexual con la revelación del año, Jennifer Lawrence (que cheira a Oscar, como case todo o que tocan os irmáns Weinstein), fundiéndose ambos en una perfecta sinergia soporta el hilo y el ritmo de la narración. También nos encontramos al mejor De Niro en mucho tiempo, por fin en un desafío que lo merece, así como un ese descubrimiento tardío que es Jacki Weaver, y hasta la insólita presencia de un Chris Tucker, que sabe mantenerse en el perfil sin dar la nota con sus babosadas habituales.
Por esto, y por mucho más, duele tanto que esos cinco minutos finales tan pobres trastoquen la visión global de una película perfectamente candidata a colarse entre lo mejor del año. Y me da igual lo que vayan a decir los Oscar al respecto.
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