ADIÓS A UN BREVE PERO PLACENTERO VIAJE - SEX EDUCATION
SEX EDUCATION: 4ª TEMPORADA (Y FINAL)
Uno de los "inconvenientes" de la era del streaming, en lo que a ficción seriada se refiere, es la reducida extensión temporal de sus productos, incluso aquellos más exitosos, que muy rara vez se proyectan en el largo plazo. Y cuando una serie te marca o te encandila especialmente, eso se nota mucho en comparación con un recentísimo pasado. Pienso, por ejemplo, en el vacío que me dejó (por muy necesario e incluso postergado que fuese) el final de Cómo conocí a vuestra madre, una serie que estuvo casi una década en las vidas de sus espectadores más fieles durante casi una década. E inmediatamente antes, y ya sin el casi, las diez temporadas que duró la maestra de aquella, Friends, aún más icónica como serie que marcó a una generación.
Desde que llegué a ella con su segunda temporada -apenas dos meses antes de una pandemia que no esperaríamos que nos fuese a condicionar tanto y durante tanto tiempo- supe que estaba ante una de esas series especiales para mí, que esperaba que fuese mi nueva compañera fiel de viaje durante los años que vendrían. Aunque tampoco sin excesivas ilusiones, pues la era del streaming , como he adelantado, es cortoplacista en esencia, pero además -y esto ya no es novedad-, porque las series de institutos y adolescentes tienen, por su propia naturaleza, una vida limitada, por mucho potencial de continuidad (siguiendo a sus personajes en la vida universitaria/adulta) o renovación (con un nuevo reparto al completo) que tengan. Tres años y medio y dos temporadas después me despido de Sex education, no tan triste porque se acabe como sí feliz por haberla disfrutado tanto. Lo que antes me duraba cerca de una década ahora no llega ni a la mitad, pero doy gracias por el viaje, porque me ha cundid, y mucho.
Introspección personal aparte, cabe decir que la serie de Laurie Nunn ha tenido un cierre bastante notable en todos los aspectos, cuando no sobresaliente. Sobre todo en lo que respecta a la trama principal, núcleo dramático, neurálgico, temático y emotivo del relato, sobre la que pivotan todas las demás. Hablo, claro está, de la relación entre Otis y Maeve. Porque Sex education, como su título bien indica, va de sexo (y de su habitual pero no siempre sencillo compañero de viaje, el amor), pero en el caso de la pareja protagonista también de mentorazgo, elemento fundamental en cualquier historia de desarrollo personal y aprendizaje que se precie, pero que aquí, además, y a diferencia de lo habitual, opera en dos direcciones.
Como él le reconoció a ella en su carta al final de la primera temporada, Otis salió de su corsé de chico introvertido, reservado, socialmente inhábil y sexualmente anulado gracias a Maeve, que le descubrió su gran talento. A su vez, la series finale cierra el círculo con la carta de ella a él, desde la distancia, en la que le reconoce que fue su máximo apoyo para creer en sí misma y saberse capaz de salir de la espiral de precariedad y marginalidad a la que el entorno familiar y social en el que nació la abocaba. Al igual que es poco habitual que las figuras de mentor e interés romántico coincidan, tampoco podía el final de esta historia recurrir a un arquetipo mil veces manido: su desenlace no encaja ni con el feliz final prefabricado, ni con la tragedia y desasosiego de la separación -no menos recurrentes ni estereotipados-. Exactamente igual que en el final de la tercera temporada, la puerta queda abierta.
Pero, en definitiva, el verdadero tema de Sex education son las relaciones humanas. No sólo las eróticas y sentimentales, que también, sino también las paterno-filiales (Otis y Jane, Michael y Adam), amistosas (Otis y Eric, Maeve y Aimee), fraternales (Maeve y Sean, Jean y Joanna). Todas se ponen en valor, incluso aquellas en las que al menos una parte no ha estado ahí, aunque su recuerdo nunca se pueda borrar (hablo, por supuesto, del caso de Erin, la madre de Maeve). Y como colofón de todo ello, el espíritu de comunidad, de grupo humano muy heterogéneo (en todos los sentidos) pero unido en la diversidad, con el "motín" estudiantil de cada temporada que, en esta última y definitiva, le ha subido un par de marchas y ha alcanzado su particular apogeo.
Podría estar escribiendo y hablando horas y horas de todo lo bueno que tuvo esta serie y todo lo que ha significado para mí en estos ni siquiera cuatro años que la he tenido en mi vida, pero para cerrar de alguna manera esta crónica, diré que, más allá de la pareja protagonista, todos los personajes que han continuado hasta el final han tenido, cuando menos, un cierre bastante digno. Aunque me gustaría destacar en particular dos: Eric, por todos los estadios por los que ha pasado y, en especial, por haber conseguido aunar, para sí, dos maneras de ver la vida tan aparentemente incompatibles entre sí; y Ruby, en definitiva, como el personaje que mejor ha evolucionado de toda la serie, que termina en esta temporada final su viaje de redención particular. Eso sí, me ha dado un poco de pena no haber sabido más de personajes más secundarios, pero con arcos interesantes, como Jakob, Ola o Lily, pero también, aunque en menor medida, de Olivia, Anwar o Rahim. Como guinda, agradezco el poder haber visto una última vez a Emily y Colin: este último se marcó el que quizás haya sido el mejor momento de la temporada, su sensacional ejecución, piano incluido, de With or without you de U2.
Desde la primera vez que la vi destaqué de esta serie su gran valor didáctico sobre educación sexual y afectiva, el cual se ha extendido posteriormente a otros aspectos igualmente importantes como el respeto al diferente, el mencionado espíritu de comunidad o la redención como condición humana. En particular, creo firmemente que el discurso de Otis en la primera temporada sobre la aceptación del amor no correspondido se le debería hacer ver y escuchar a todas las personas unas cuantas veces a lo largo de su adolescencia, y por supuesto, revisitarlo en su vida adulta.
¡Hasta siempre, Moordale! ¡Ha sido un placer!