ELLOS SON EL RELATO - THE BEAR
THE BEAR - 3ª TEMPORADA
Hace ya tres temporadas que una serie entró como un torbellino en el panorama televisivo internacional, metiéndonos hasta la cocina (literalmente) de un precario restaurante de comida rápida de barrio en Chicago, con una tragedia familiar detrás muy reciente. Varios Emmy y una aclamada temporada de consolidación después, The Bear se enfrenta a uno de los desafíos más complicados: evitar lo que la tradición crítica televisiva llama "saltar el tiburón", pero que podríamos simplemente definir como no morir de éxito.
Por suerte o por desgracia, la respuesta a la pregunta sobre la superación de ese desafío no es simple. Para empezar, porque la serie se encuentra en otro momento "vital" totalmente distinto a aquel en el que nos dejó el año pasado. Sí es cierto que, a diferencia de la temporada anterior, la falta de un horizonte claro priva a esta nueva entrega de un hilo conductor más sólido en su conjunto: en la primera temporada la lucha era por la supervivencia de un proyecto condenado al fracaso desde el principio y muy por debajo de las expectativas de su nuevo timonel; en la segunda, la ilusión por llevar a buen término un nuevo concepto, más ambicioso y con una implicación creciente de todas las partes. Ahora, ya alcanzado ese objetivo, la perspectiva no se extiende mucho más allá de mantener a flote este nuevo restaurante e ir ganando prestigio para el mismo (que no es poco, naturalmente), pero sus personajes parecen más distraídos por otros menesteres.
A cambio, y muy en relación con esto último, esta tercera temporada nos ofrece un desarrollo más detallado de los personajes, más allá del dúo protagonista. Además de un mayor descubrimiento de Richie a través de la relación con su exmujer y su hija, hemos tenido la oportunidad de conocer mejor las vidas y personalidades de Tina, Marcus o Sugar, a la que se le dedica el primer episodio de toda la serie sin ni una sola escena entre fogones (y de paso, su madre, una Jamie Lee Curtis de nuevo en la cresta de la ola tras Todo a la vez en todas partes).
Como punto diferencial, ha crecido en estos episodios la importancia de esos personajes "ausentes", por un motivo u otro, ya sea de manera permanente (Mikey) o temporal, al menos presumiblemente (Claire). La sombra de la tragedia de su hermano ya asolaba a Carmy en las dos primeras temporadas, esto ya no es novedad, aunque sí se nos da a conocer algo más de aquel con el que empezó todo, pero no se quedó para vivirlo. Sin embargo, pese a toda la presión asociada al nuevo restaurante y a hacerlo lo suficientemente rentable como para al menos saldar su enorme deuda, la verdadera intrahistoria del chef pivota precisamente sobre la fatal metedura de pata, vista en la pasada season finale, con el que parece sí o sí el amor de su vida. El interés romántico del protagonista masculino ha sido la gran piedra angular de esta temporada, si bien con un acercamiento muy tímido y latente, ya que, como se puede entender, quieren dejar "materia" para los episodios venideros.
En cuanto a Sidney, el otro gran pilar narrativo (y moral) de la serie, su trama particular ha evolucionado del síndrome de la impostora y la frustración personal con Carmy hacia el choque de egos creativos (muy bien la serie elevando la cocina a la categoría de arte, tanto para lo bueno como para lo malo) con este último y la amenaza de su posible fuga, que crece a pasos agigantados. No debería cogernos por sorpresa que el próximo gran giro dramático del relato venga por esta dirección.
En conclusión, The Bear ha sabido conservar su esencia visual y su atmósfera frenética y agobiante (quien esté o haya estado en conversaciones con interlocutores que hablan mucho, muy alto y muy rápido se sentirá especialmente identificado) tan características, que incluso mejora. Y por otro lado, ha compensado su irregularidad narrativa con una potenciación de sus personajes, al dejar que sus filias y fobias particulares tomen el escenario y mostrar su lado más humano, más vulnerable. Ellos son el relato.